LA
ESTETICA DE LO ARTIFICIAL
Conferencia impartida por Manuel Sánchez Oms en el marco de la exposición internacional "VisionarlAs" celebrada en el Centro ETOPIA de Zaragoza
14 de mayo de 2021
Revista de investigación social y cultura proletaria - Culture Révolutionnaire du Travail - Feuilleton Internationale et Révolutionnaire du Travail. Manuel S. Oms
LA
ESTETICA DE LO ARTIFICIAL
Conferencia impartida por Manuel Sánchez Oms en el marco de la exposición internacional "VisionarlAs" celebrada en el Centro ETOPIA de Zaragoza
14 de mayo de 2021
LA PRODUCCION: revista hispano-francesa. Organo de expresion del Tecnorromanticismo /
LA PRODUCTION : revue hispano-française; organe d'expression de la technoromantique
Revolucionarios
del mundo, un esfuerzo más si queréis ser realmente tecnorrománticos
Todos los organismos producen transformando la
materia. Esta podría constituir la acepción primordial y más primitiva del
verbo « producir », así como de su objeto « la producción ». Por lo tanto, y
aunque no sea exclusivo de todos ellos, podemos definir la vida como la energía
que infunde y se desprende al mismo tiempo, de aquellos organismos dotados de
cierta autonomía[1] a
la hora de producir. Por el contrario, la producción como concepto aparece en
la actualidad generalmente desligada e incluso contraria a la vida[2]. Por eso, con esta
publicación que concebimos periódica, nos proponemos, en una nueva
reconciliación entre naturaleza e historia (¿o fin de la Historia?), ayudar a devolver
a la naturaleza —incluida la humana– este verbo « producir », escindido y
apresado en última instancia por el mercado imperante. Esta última institución
se nos antoja, a diferencia de las voces tanto criticas como conformistas, como
un lastre y un obstáculo para todo tipo de producción, ora mecánica ora
orgánica.
En
una época adicta a los statu quo y a los ultimátums de un nuevo milenarismo ahora
sedante, ya sea enardecida o denostada, la producción aparece como algo
negativo, ajeno a todos nosotros a pesar de rodearnos y de invadir nuestro
propio cuerpo mediante la ingestión y otros medios menos habituales aunque
siempre presentes: la inyección, el injerto, la prótesis, el supositorio, la
inseminación artificial, etc.. Al fin y al cabo, ¿qué conocemos de nuestro
propio interior al margen de las generalizaciones de la anatomía en tanto que
disciplina científica? La individualidad interior es eventualmente dominio de
los expertos; tan solo después de ellos puede ser nuestro. Y si esto es así es
porque nos ha separado de ella —de la producción– el propio modelo productivo
vigente basado en la representación (en la separación al fin y al cabo) que
define la sociedad actual. Es más, si se basa en la alienación respecto a la
realidad, debe mantener su conjunto bien lejos de la participación democrática.
Por
esta razón, por creer que la producción es un concepto completamente ligado a
la iniciativa y a la responsabilidad directa, nos hemos dispuesto a organizar
nuestras aportaciones en torno a este concepto tan extenso y cuya amplitud se
elude constantemente y de manera sospechosa. La democracia representativa no
contempla la participación porque no se asienta sobre una realidad material. El
elector nunca votará decisiones económicas que vayan a incidir directamente en
su vida real, simplemente porque los medios de producción no están en manos
públicas y porque la propiedad privada es la base de esta sociedad capitalista
desde su toma de poder hace dos siglos ya. Es éste el modelo presentado como la
única democracia posible, tal y como el despotismo ilustrado hacía creer que la
voluntad de un déspota y su aparato estatal centralizado, era la mejor garantía
de los derechos y de la calidad de vida de sus súbditos; o antes cuando se
pensaba que el buen entendimiento entre dinastías reales garantizaría la paz
entre los pueblos, o la espera monoteísta de una vida más allá o un único
estado sin fronteras tal y como fue concebido el Imperio Romano desde Augusto
hasta Constantino. Cada época se concibe a sí misma (por sus instituciones) como
el resultado más perfecto y acabado de la Historia. La « naturaleza » humana no
da para más.
Todavía
nos queda sin embargo la saliva, la regla, le cerumen, las mucosidades, la
orina, las heces, el esperma o los flujos genitales, como evidencia de la
existencia de un interior individual en cada uno de nosotros, aunque resida
oculto a nuestra percepción en un estado anterior a toda fenomenología, es
decir, en estado nouménico. Al fin y al cabo todo ello son producciones de nuestro cuerpo, las más inmediatas y que, a pesar
de la evolución de los medios mecánicos y tecnológicos de producción, pertenecen
plenamente a la continuidad inasible del tiempo. En este sentido, ¿existe mejor
fotografía de nuestro interior que un escupitajo? Ajenos a nuestro interior a
pesar de acompañarnos incesantemente, de condicionarnos y de pertenecernos, al
haber reconstruido el mundo que nos rodea en un estadio de evolución en el que
ya resulta vacuo distinguir lo natural de lo artificial, los productos del
supermercado de los que desconocemos su procedencia y las manos responsables de
su producción —más automáticas que conscientes–, se nos presentan tan extraños
como ese interior nuestro, ese amasijo de vísceras y huesos por el que en
principio tan sólo sentimos un vértigo insoportable. Sí, los centros
comerciales son tan extraños como la naturaleza para el hombre primitivo,
armado tan solo de una lógica chamánica binaria (cielo fecundante - tierra
madre) y de una sabiduría de alimentación empírica. Nosotros contamos por el
contrario con la dialéctica (trinitaria: tesis - antítesis - síntesis). Es así
que todavía podemos apropiarnos de la máxima futurista de Umberto Boccioni: «
somos los primitivos de una nueva era ».
Las diferentes disciplinas comprometidas con esta
problemática, en tanto que manifestaciones culturales de esta época definida
por la propiedad privada y el libre mercado como modelo último, difícilmente
llegan hoy a distinguir la producción del sistema productivo vigente. La diferencia
radical pero siempre latente, entre producción y mercancía, nos anima a
investigar las posibilidades que los medios productivos encierran,
fundamentalmente tecnológicos, aunque también orgánicos como son los
asalariados, el ganado o las plantas en la industria agraria. La opinión
general tiende por el contrario a achacar a estos medios todos sus males como
es propio de la doble moral burguesa imperante, con tal de evitar enfrentarse
al verdadero poder reificador de la realidad: la mercancía.
Es
un cerco profesional el que vela por esta confusión que impide la toma de
conciencia de las posibilidades de la civilización actual con todo su potencial
científico y tecnológico. Entre todas las disciplinas que mantienen este cerco,
la economía es la mayor responsable de esta parálisis contemporánea. Ella es la
disciplina más agresiva a la hora de defender su legitimidad y su autonomía en
calidad de ciencia « objetiva », especialmente frente a las disciplinas sociales
y humanísticas en general. Ella, la Economía, constituye el impulso idealista mas
destructor. Demuele y reduce a carne picada la realidad al someterla a la
abstracción de las matemáticas y al hacerla pasar por sus entresijos numéricos.
Hoy se llenan las bocas de formadores en las diferentes profesiones con
términos como « interdisciplinariedad » o —más ambicioso aún– «
trans-disciplinariedad », mientras que los que ostentan en sus manos las
riendas del destino de esta nuestra civilización, se aferran cada vez más a sus
conocimientos profesionales, recortados, aislados, descontextualizados y por lo
tanto —tal y como diría Lukács– abstractos. Por nuestra parte e inspirados en
cierta manera por el Primer programa de
un sistema del idealismo alemán del joven Hegel (firmado además por
Schelling y Hölderlin a finales del siglo XVIII) a pesar de las distancias (tan
significativas como la que separa la abstracción de las ideas de la materia),
consideramos la necesidad de comenzar de nuevo y abordar con nuestros impulsos
torpes, taxonómicos y racionales, una realidad —la nuestra– que vuelve a
presentarse desconocida, poética y determinada tan solo por su desnuda
presencia: es lo que entendemos por « tecnorromanticismo », o la « ciencia »
que nos disponemos a investigar y desarrollar conjuntamente en las páginas de
esta publicación que aspira a ser periódica. Para ello invitamos a participar a
personas de diferentes ámbitos profesionales y con experiencias dispares pero
que comparten un mismo contexto, el cual constituye nuestro mundo moderno
tantas veces eludido en las manifestaciones culturales de hoy en día, y
sustituido con insistencia por anacronismos, novelas, historias ajenas y ridículos
currículos vitae de éxitos y fracasos.
La
consecuencia más terrible de este eclipse de nuestra propia realidad por la
representación, comenzando por el ocultamiento de la feminidad en los comienzos
de la Historia, es la condena de la propia producción al ostracismo y la
degradación, a pesar de ser, en su sentido más amplio, la fuente primera de la
vida tal y como comenzábamos esta presentación. Y fue sustituida por el
concepto ideal de creación, sobre todo después del auge de los monoteísmos que
basaron la « fundación » del mundo ya no en un agente que da forma a la materia
informe como el demiurgo clásico, sino por el creador a partir de la nada, el
gran mito que a través de la alquimia hoy pervive en el empresario «hecho a sí
mismo» (Max Weber). La producción es
por el contrario colectiva, y necesita ser organizada en un proyecto realmente
transdisciplinar que sea capaz de disfrutar lúdicamente en el laberinto poético
que define nuestro entorno. Por esta razón ha sido degradada. Aun así, la
producción no ha sido olvidada por el sueño idealista de la creación, sino por
la reproducción, desde que apareció
el padre y con él la familia como la unidad social más pequeña en detrimento de
la libertad femenina, con el fin de perpetuarse a través de la herencia de una
propiedad privada que acababa de emerger tumefactamente entre las sociedades
comunistas prehistóricas gracias a los primeros poderes representativos (y por
tanto « separados » del colectivo), ansiosos de vivir de los excedentes del
trabajo ajeno y almacenados en principio para asegurar la manutención de las
generaciones venideras. Es la reproducción, y no la producción, la que asegura
en verdad la permanencia de un sistema de explotación que, como todos, aspira a
la eternidad.
La
edición
[1] Nos
referimos a una autonomía respecto a la gravedad y otras fuerzas exteriores que
le son ajenas, las cuales las hemos englobado tradicionalmente bajo el concepto
de « inercia ».
[2] Por poner solo un ejemplo, Siegfried Giedion se
refiere a ella en La mecanización al
poder en estos términos: « Una cosa es cierta: la mecanización se detiene
claramente frente a los organismos vivos. Hay que cambiar radicalmente de
actitud si queremos dominar la naturaleza sin degradarla. La mayor prudencia se
hace necesaria; para ello el hombre debe dejar de comportarse como el adorador
apasionado y servil de la diosa Producción ».
Révolutionnaires
du monde entier, encore un effort si vous voulez devenir vraiment technoromantiques
Tous
les organismes produisent en transformant la matière. Cela pourrait bien
constituer l'acception primordiale et la plus primitive du verbe « produire »,
ainsi que son objet « la production ». Bien que cela ne soit point exclusif
d'elle, nous pourrons définir par conséquence la vie comme l'énergie qui
encourage et qui se dégage en même temps, de ces organismes dotés d'une
certaine autonomie à l'heure de produire[1].
Cependant, la production, en tant que concept, apparait aujourd'hui détachée de
la vie en général, même contraire à elle[2].
Pour cette raison, nous nous proposons avec cette publication qu'on imagine
périodique, et dans le cadre d'une nouvelle réconciliation entre nature et
histoire (ou la fin de l'Histoire ?), de participer de la restitution à la
nature —la nature humaine comprise– de ce verbe « produire », séparé et pris en
otage au bout du compte par le marché dominant. Cette dernière institution se
nous présente, malgré autant de voix si critiques que conformistes, comme un
fardeau et un obstacle pour toute sorte de production, qu'elle soit mécanique
ou organique.
Dans une époque comme celle-ci,
adepte aux statu quo et les ultimatums d'un nouveau millénarisme maintenant
sédatif, la production —soit enhardie soit injuriée– apparait comme quelque
chose de négatif, d'étrange à tous nous même si elle nous entoure et si elle
envahisse nos corps à travers l'ingestions et quelques autres moyens moins
habituels mais toujours présents : l'injection, la greffe, la prothèse, le
suppositoire, l'insémination artificiel, etcétéra. En fin de compte, qu'est-ce
que nous connaissons de nos intérieurs en marge des généralisations de
l'anatomie en tant que discipline scientifique ? L'individualité intérieure ne se
présente presque toujours qu'en tant que domaine des experts. Elle ne nous est
propre qu'après leur passage, parce que le modèle de production qui définie la
société actuelle nous a séparé de la production. Plus encore : si ce modèle de
production en vigueur se base sur l'aliénation face à la réalité, il doit le maintenir
à l'écart de la participation démocratique.
Nous avons l'intention, pour tout
cela, d'organiser nos apports autour de ce concept si large et dont l'amplitude
on élude constamment et d'une manière suspecte. La démocratie représentative
n'envisage jamais la participation parce qu'elle n'est pas vraiment basée sur
une réalité matérielle. L'électeur ne votera jamais des décisions économiques
conçues pour avoir une incidence réelle dans la vie, justement parce que les
moyens de production n'appartient point à l'ensemble de la société. La
propriété privée est le premier principe de la société capitaliste depuis son
imposition définitive il y a déjà deux siècle. Voilà le modèle présenté aujourd'hui
comme la seule démocratie possible. Le despotisme illustré du XVIIIème siècle
nous faisait croire de la même manière que la volonté d'un despote et de son
appareil bureaucratique de l'Etat centralisé, était la meilleur garantie des
droits et de la qualité de vie de ses sujets ; comme quand on croyait que les
bons arrangements entre les dynasties royales garantiraient la paix parmi les
peuples ; ou comme l'espoir monothéiste
d'une vie au-delà, ou d'un seul Etat sans frontières tel que conçu par l'Empire
Romain depuis Auguste jusqu'à Constantin. Chaque époque se présente elle-même
comme le résultat le plus parfait et le plus achevé de l'Histoire. La « nature
» humaine semble n'être capable de rien plus faire.
Néanmoins, il nous reste encore la
salive, la bave, la règle, le cérumen, la morve, les crottes de nez, l'urine,
la merde, le sperme ou les exécrations génitales en générale, en tant que
preuves et évidences de l'existence d'un intérieur individuel chez chacun de
nous, même si celui-ci demeure occulte face à notre perception dans un état
antérieur à toute phénoménologie, à savoir dans un état nouménal. Tous eux
sont, après tout, des produits de
nos corps, les plus immédiats et qui, malgré l'évolution des moyens mécaniques
et technologiques de production, appartiennent pleinement à la continuité
insaisissable du temps. Dans ce sens-là, est-ce qu'il existe une meilleure
photographie de notre intérieur qu'un crachat
? Toujours étranges à notre intérieur bien qu'il nous accompagne incessamment, bien
qu'il nous conditionne et qu'il nous appartient, une fois reconstruit un monde
qui nous entoure selon la nature mécanique de notre pensée, dans un état
évolutif dans lequel il résulte déjà insignifiant tout essai de distinguer le
naturel de l'artifice, les produits du supermarché dont l'origine et responsabilité
sur leur production —automatique plutôt que consciente– nous ignorons, se nous
présentent si mystérieux que notre intérieur viscéral et osseux pour lequel
nous ne sentons en principe qu'un vertige insupportable. Certes, les centres
commerciaux nous résultent aussi étranges que la nature pour l'homme primitif n'armé
que d'une certaine logique chamanique binaire (le ciel fécondant - la terre
maternelle) et d'un savoir qui se nourrit de manière empirique. Nous comptons
par contre sur la dialectique (trinitaire : thèse - antithèse - synthèse).
Ainsi, de cette façon, nous pouvons reprend encore la maxime du futuriste
Umberto Boccioni : « nous sommes les primitifs d'une nouvelle ère ».
Les plusieurs disciplines engagées
dans cette question, chacune selon sa propre manière d'agir, en tant que
manifestations de cette époque définie par la propriété privée et le marché
libre comme modèles uniques, n'arrivent aujourd'hui qu'à distinguer avec
difficulté la production du système productif en vigueur. La différence
radicale mais toujours latente, entre production et marchandise, nous encourage
à aborder des recherches pertinentes sur les possibilités que les moyens
productifs comportent, fondamentalement technologiques, mais aussi organiques
comme les salariés, l'élevage ou les plantes pour l'industrie agricole. L'avis
général a tendance par contre à culpabiliser ces moyens de tous les maux selon
la double moral bourgeoise dominante, afin d'éviter d'affronter la véritable force
réificatrice de la réalité : la
marchandise.
Il existe une clôture professionnelle
qui veille sur cette confusion, empêchant la prise de conscience des
possibilités de la civilisation actuelle et tout son potentiel scientifique et
technologique. L'économie est, parmi les disciplines qui maintiennent ce siège,
la plus responsable de cette paralyse contemporaine. Elle résulte la plus
agressive au moment de défendre sa légitimité et son autonomie en qualité de
science « objective », spécialement face aux disciplines sociales et humanistes.
Elle, l'économie, constitue l'élan idéaliste le plus destructeur. Elle démolit
et broie la réalité jusqu'à l'état de la viande hachée, en la soumettant à
l'abstraction des mathématiques et en la faisant passer par ses coulisses numériques.
Aujourd'hui, les bouches de formateurs de métiers les plus variés, sont
remplies de mots et d'expressions tels que « pluridisciplinarité » ou, —plus
ambitieuse encore–, « transdisciplinarité », tandis que ceux qui
détiennent les rênes du destin de notre civilisation, ils se refugient de plus
en plus derrière leurs connaissances professionnelles, découpées, isolées,
décontextualisées et ainsi, —selon les termes propres de Lukács–, abstraites.
Inspirés d'une certaine manière par le Premier
programme d'un système de l'idéalisme allemand du jeune Hegel (signé par
ailleurs par Schelling et Hölderlin à la fin du XVIIIème siècle) malgré les
distances qui nous séparent de lui (si significatives que celles qui séparent
les idées de la matière), nous considérons de notre part la nécessité de
recommencer à aborder à partir de nos élans maladroits, taxonomiques et
rationnels, une réalité —la notre– qui se présente de nouveau inconnue,
poétique et déterminée seulement par sa présence nue. Voilà ce qui nous
comprenons par « technoromantisme » ou « science » qui nous sommes prêts à
rechercher et à développer conjointement dans les pages de cette publication
qui aspire à devenir périodique. Sous ce but nous invitons à participer et à
collaborer, des personnalités procédant de plusieurs domaines professionnels et
porteuses d'expériences hétéroclites, mais partageant cependant un même
contexte, lequel constitue pour l'instant notre « monde moderne », éludé autant
de fois par les manifestations culturelles et puis remplacé avec insistance par
des anachronismes, romans, histoires de nos prochains et curriculums vitae de
succès et échecs ridicules.
La conséquence la plus terrible de
cet éclipse de notre propre réalité par la représentation, dont le processus
démarra avec le voilement de la féminité dans les débuts de l'Histoire, c'est
la condamnation de la production à l'ostracisme et la dégradation, même si elle
est, dans le sens le plus large possible, la source première de la vie comme
nous signalions au début de cette présentation. Et elle fut remplacée par le
concept idéal de création, surtout depuis l'apogée des monothéismes qui ont
basé la « fondation » du monde, plus jamais sur un agent qui donne forme à la
matière informe comme le démiurge classique, mais sur le créateur à partir du
néant (Dieu), le grand mythe qui, à travers l'alchimie, persiste aujourd'hui
dans la figure de l'entrepreneur « fait soi-même ». La production est cependant collective, elle a besoin d'être organisée
comme un projet réellement transdisciplinaire qui soit capable de jouir de
manière ludique du labyrinthe de la poésie. C'est justement pour cette raison
qu'elle est dégradée. Néanmoins, elle ne s'est pas faite oublier par le rêve
idéaliste de la création, mais par la reproduction.
Et ceci dès que le père apparut et, avec lui, l'institution familiale comme
l'unité sociale la plus petite au détriment de la liberté féminine, afin de se
perpétuer à travers l'héritage d'une propriété privée qui venait d'émerger dans
les sociétés communistes préhistoriques grâce aux premiers pouvoirs
représentatifs (et « séparés » du collectif en conséquence), impatients de
vivre grâce aux excédents du travail de l'autrui, collectés en principe pour
assurer la maintenance des génération qui venaient. C'est la reproduction, et
jamais la production, qui assure en vrai la permanence d'un système
d'exploitation qui, comme tous, aspire à l'éternité.
L'éditeur
[1] Nous nous referons à une
autonomie face à la force de gravité, ainsi qu'à d'autres forces extérieures
qui sont étranges a ces organismes, et lesquelles nous avons englobées dans le
concept d'« inertie ».
[2] Par exemple,
Siegfried Giedion se réfère à elle sous ces termes dans son livre La mécanisation au pouvoir : « Une chose est certaine : la mécanisation
s'arrête net devant les organismes vivants. Il faut changer radicalement
d'attitude si l'on veut dominer la nature sans la dégrader. La plus grande
prudence s'impose ; pour cela, il faut que l'homme cesse de se comporter comme
l'adorateur passionné et servile de la déesse Production ».