Introducción
a las ilustraciones de Henry Darger a partir de un legado
Manuel S. Oms, 2015
Manuel S. Oms, 2015
Resumen
Los últimos reconocimientos
institucionales de la obra del artista estadounidense Henry Darger, exige una
revisión de los conceptos de arte bruto y arte outsider, así como una
redefinición de la metodología estética e historiográfica de este tipo de
fenómenos lejos de toda psicología.
Abstract
The last institutional recognitions of US artist Henry Darger requires a revision of
“art brut” and “outsider art” concepts, as well as a new definition of
aesthetic and historiographic methodology for this lack of phenomenon far
always of all psychology.
Palabras clave
Arte bruto, arte outsider, instituciones artísticas, collage, arte contemporáneo,
Arte bruto, arte outsider, instituciones artísticas, collage, arte contemporáneo,
Keywords
Arte brut, Outsider Art, Art Institutions,
collage, contemporary art
For
Christmas, I mostly always got colored picture – or storybooks, which I liked,
and chicken for dinner. I disliked turkey and still do, but I’ll eat it if I
can’t get anything else
Henry Darger,
History of my life, 1968-1972
Resumen del estado de la cuestión
El
portero (lo que hoy llamamos “agente administrativo”) de hospital Henry Darger
(Chicago, 1892-1973) recibe este año, -a título póstumo como no podría ser de
otro modo-, un reconocimiento artístico europeo con la muestra ofrecida por el
Musée d’Art Moderne de la Ville de Paris (MAM) con motivo de la donación de 45
obras suyas por parte de Kiyoko Lerner, viuda del profesor y diseñador Nathan
Lerner, -propietario además del último apartamento de Darger y descubridor de
su obra-, después de que lo recibiera dos años antes en Nueva York en función
también de una donación similar al MoMA, si bien en el continente americano
Darger ya fue descubierto con anterioridad en otoño de 1977 gracias a una
importante antológica celebrada en Hyde Park Art Center de Chicago impulsada
por el mismo Nathan Lerner, aunque su consolidación vino justo después de la
muerte de este último con la donación de toda la habitación de Darger,
-comprendiendo el conjunto heteróclito de objetos, muebles, scrapbooks, material de dibujo,
recortes, etc.-, al recién creado Intuit Center of Chicago, lo que aseguró su
conservación y permitió poco más tarde, en 2001, celebrar la definitiva
apertura de un centro de estudios dedicado en exclusiva a él en el American
Folk Art Museum de Nueva York, mientras se celebraban importantes muestras de
su obra, tanto en el país como en el extranjero.
Critica historiográfica y
materialista a la psicología
Sin embargo, no se debe pasar por
alto que esta acogida de la obra del excéntrico de Illinois en dos centros
representativos del arte contemporáneo y actual como son el MoMA de Nueva York
y el MAM de París, supone la transfiguración en Arte institucionalizado de un
fenómeno por lo poco bastante más amplio que este restringido vado, pues
tampoco debemos olvidar que sus ilustraciones mantienen complicadas relaciones
con su obra escrita, igualmente ocultada con recelo hasta el final de su vida,
siendo que se trata -aunque sean escasas- de algunas de las obras más extensas
de la historia, la primera de ellas, -The Story of the Vivian Girls, in What is known as the Realms of the
Unreal, of the Glandeco-Angelinnian War Storm, Caused by the Child Slave
Rebellion (iniciada en 1912 y finalizada en los años treinta)-, de nada más y nada menos que 15.143
páginas. Tal y como coinciden los autores que lo han tratado, Darger nunca se
preocupó por las cuestiones estéticas y, a pesar de las dificultades que
encontramos a la hora de identificar las ilustraciones con los pasajes de los
argumentos narrados, jamás podremos escindir su producción gráfica de su
literatura, ya que ambas conforman un mundo de mitos propios capaces, -por qué
no-, de dar sentido incluso a nuestras dudas.
De
hecho, en su obra prima el contenido (de ahí el triunfo definitivo de la
figuración), sin que con ello afirmemos que Darger haya roto la unidad forma-contenido
cuyo carácter compacto la hace capaz a su vez de ser ampliada en todos sus
extremos. Es evidente que su producción no es hermética. La cultura popular
contemporánea, el cómic, las sagas, las novelas infantiles y por entregas que
todo lo disuelve en la incertidumbre entre la creatividad y la ideología, le
han servido de modelo. De sus ilustraciones ha extraído Darger las imágenes
necesarias mediante el calco con el fin de confeccionar sus figuras y paisajes.
Es él quien es hermético y no su producción, y no nos referimos de este modo a
su persona en tanto que artista, sino a una voluntad que ha dado origen a una
obra cuya continuidad –cronológica, histórica, narrativa, formal, identidades
cruzadas constantemente, personajes, etc.-, resulta por su dispersión más que cuestionable.
Quizás venga ofrecida por su propia vida. Al fin y al cabo la enorme extensión
de sus cinco libros, -sobre todo el primero de ellos citado poco más arriba
junto con Further Adventures of the
Vivian Girls in Chicago escrito entre 1939 y 1943-, hace que las historias
que nos cuentan se confundan con la propia experiencia vital de Darger, ahí
precisamente donde la dimensión ética adquiere un protagonismo irreprochable,
lo que también es visible en sus narraciones biográficas (Book of Weather Reports on Temperatures correspondiente a los años
comprendidos entre 1957 y 1967, Diary
e History of My Life, estos dos
últimos redactados entre 1968 y 1972), donde la experiencia vital pronto da
paso a la ficción sin que logremos localizar con exactitud una barrera que
separe estos dos ámbitos. Hace tiempo que el libro absoluto, que la obra total,
ya no es no sólo imposible como en la época de Mallarmé, sino incluso
inconcebible.
Como
en todos los fenómenos destacables, tanto sus cuentos como su vida son el
resultado de un encuentro de contrarios, en su caso de manera tremendamente
radical: ciencia y literatura, continuidad y simultaneidad, el anacronismo, la fe
y la razón, dulzura y espanto, piel y vísceras, libertad y esclavitud, libertad
y dogma… hasta alcanzar la unión alquímica de los dos géneros: lo que más ha
chocado de las ilustraciones de The Story
of the Vivian Girls…, son los genitales masculinos con los que ha dotado a
las niñas protagonistas, lo que ha disparado una vez más un sinfín de teorías
psicoanalíticas o, por lo pronto, de naturaleza psicológica (la de la homosexualidad,
la pedofilia por parte de Robert Hughes, el sadismo sexual de Holland Cotter, etc.)
que, lejos de disipar el valor de su aportación (y no hablo de cantidad ni de
calidad, sino de cualidad), ya sea escrito o calcado y coloreado, vienen una
vez más a condenar los mecanismos de estructuración de nuestro interior.
Por todo ello, antes que preguntarnos por la calidad
artística de estas ilustraciones, cuestión de respuestas objetivas imposibles dada
la naturaleza arbitraria y abstracta de la institución “Arte” en los términos
establecidos por Mario Perniola en La
alienación artística en 1977, debemos rastrear el proceso creativo a través
de las imágenes presentadas y sus apariencias, ya no como una unidad entre
forma y contenido pero sí como un cruce constante entre la ficción y la
realidad de quien las ha concebido. La propia historia que le ocupó el grueso
de su vida, la de las “vivian girls”, acontece en un planeta que “tiene nuestra
tierra por luna”. De esta manera no nos chocará tanto concebir la creatividad
en términos culturales e incluso arquetípicos, como el encuentro entre la
masculinidad del acto y la feminidad del material preexistente, tal y como
ocurre con la Fountain de Duchamp o
urinario femenino invertido de tal modo que la orina masculina salpica sobre su
procedencia, así como el conjunto de sus ready-mades,
si bien en este autor la unión de contrarios es un encuentro posterior a la
intervención artística, mientras que en Darger, bien diferente a este último aunque
se hayan mantenido ambos en los márgenes del arte, -cada uno a su manera-, el
encuentro no sólo es armónico a pesar de lo que nos sorprenda en el cuerpo
desnudo de las niñas, sino que además pertenece al ámbito de la inocencia. Se
trata de genitales pálidos aún sin oscurecer por la pubertad. Todavía no están
cubiertos por el bello, no guardan connotación sexual alguna. Por ello
entendemos que tal inocencia se localiza más bien en un a priori, lo que
concuerda con la Historia misma, dado que estas niñas que conforman la infancia
de la nación cristiana Calveriana
ocupada por Glandelina, van a ser
secuestradas por los adultos esclavistas de esta última nación atea y en guerra
constante contra el reino cristiano de Abbieannia.
Darger
y la Historia del Arte
Pero antes de continuar con la historia de Vivians Girls, me gustaría detenerme en
las diferencias entre Darger y Duchamp, así como con otros protagonistas de la
vanguardia histórica que desarrollaron todo un proyecto de investigación
abierto a lo largo de toda su vida, -como Kurt Schwitters y su merz, o el proun de El Lissitsky a modo de ensayo de unas nuevas matemáticas
materialistas-, apartándose de la noción del arte como una realidad aislada
para recuperar la creatividad y sus valores de uso. La unión de forma y
contenido acontece en ellos negando el mensaje separado y acogiendo sólo aquel
que emana de la forma. Se trata de una concepción creativa que imperó en el
conjunto de la vanguardia histórica, desde el dadaísmo hasta el constructivismo
y el productivismo de la Bauhaus, mientras que en el caso de Darger ocurre todo
lo contrario, es decir, la forma deriva de unos contenidos obsesivos que en
ocasiones conciernen al propio proceder: la adopción de unas imágenes
preexistentes que él colecciona día a día. Quizás por ello se aleje todavía más
del Arte, porque ni tan siquiera es consciente de mantener relación alguna con
él. Lo que importa a Darger es la historia, aquella que maquinada por él mismo
no sólo le pertenece sino que constituye la suya propia, confundiéndose
constantemente con la realidad a través de engranajes que siempre le
cautivaron, como son la geografía o más concretamente las condiciones
meteorológicas y climáticas extremas. Éstas son detalladas exhaustivamente
tanto en su autobiografía como en sus historias ficticias e ilustraciones,
cuyas nubes, las cuales a veces adquieren la figura y los perfiles de los
personajes, -preferentemente de las niñas-, son calcadas y así extraídas de cómics
con el fin de mantener la exactitud necesaria, ya que, aunque conformada con
fragmentos de la realidad, esta nueva unidad donde se ubica el reino de Abbieannia pasa a primer término, al
planeta del que depende el satélite que habitamos. Es así que gracias a que
Darger permanece siempre y de manera “inconsciente” al margen del Arte, logra
una unidad que nos cautiva, como la naturalidad con la que presenta el
hermafroditismo de los protagonistas. No está lejos del espíritu antiartístico
de la vanguardia histórica, tanto de su poética como de su funcionalismo. Su
propio descubridor Nathan Lerner fue uno de los primeros alumnos de la Nueva
Bauhaus de Chicago, condición que no le impidió, -sino todo lo contrario-,
apreciar su legado como un bien que debía ser preservado para las generaciones
futuras, aunque sin duda pertenezca al ámbito del mito más que al de la
racionalidad de la Bauhaus. ¿Acaso no fueron los espiritualistas Klee y
Kandinsky dos de los primeros alumnos de esta institución formativa profesional
en materia de artes plásticas, antes que Moholy-Nagy o Josef Albers?
En este sentido y aunque a través del calco
practique una “pintura de precisión” próxima a la de Duchamp o a los métodos
automáticos ejercitados por los dadaístas Man Ray, Picabia, Jean Arp o Max
Ernst entre otros, la forma emana del contenido tal y como estudiaron y
valoraron las manifestaciones primitivas los pintores expresionistas de CoBRA,
porque la obra de Darger, a pesar de sus procedimientos automáticos o pseudoautomáticos
como el collage o el calco mismo, se aproxima más a esa otra Bauhaus Imaginista
impulsada en 1956 por los italianos Pinot-Gallizio, Piero Simondo, Enrico Baj y
Sergio Dangelo (estos dos últimos procedentes del Movimiento Nuclear), junto
con el danés Asger Jorn y su hermano Jorgen Nash entre otros relacionados con
el movimiento imaginista CoBRA y el incipiente situacionismo, contrario al
aparente racionalismo de la Bauhaus de Ulm fundada por Max Bill y auto-considerada
heredera de la primera Bauhaus alemana de Gropius. En verdad fue el surrealismo
el que comenzó a trabajar desde los contenidos, movimiento éste despreocupado
siempre por cualquier cuestión formal y ansioso por descubrir los misterios de
la subconsciencia. De hecho, la primera exposición de Darger, -“The Realms and
the Unreal. The work of Henry Darger”-, se celebró en 1977 -como ya hemos
apuntado- en el Hyde Park Art Center de Chicago, el
cual, fundado en 1939 para exponer la obra de artistas locales, estuvo desde
los años sesenta relacionado estrechamente con el revolucionario surrealismo de
la ciudad (muy próximo a la federación sindical internacional IWW) representado
en parte (además del grupo oficial liderado por Franklin y Penelope Rosemont) por
la plástica de los antiguos estudiantes del School of Art Institute of Chicago,
como los imagists de la ciudad (Roger
Brown, Ed Paschke, Christina Ramberg, Barbara Rossi, Rihard Wetzel, Ray
Yoshida…), los Monster Roster (Nancy
Spero, Cosmo Campoli, George Cohen, Leon Golub…) y los Hairy Who (Arthur Green, Gladys Nilsson, Jim Nutt, Suellen Rocca,
Karl Wirsum…), caracterizados todos por su interés por el arte bruto (en
principio del “hombre del común” en palabras de Jean Dubuffet) y el empleo de
cómics y otras manifestaciones de masas, tal y como procedió en solitario Henry
Darger al margen de todas las manifestaciones artísticas que aquí venimos
citando. No tengamos miedo a la hora de entroncar a este tipo de artistas
presentados como “outsiders” en la historia del arte más reciente. A pesar de
todo, sus grandes guardianes –historiadores, comisarios, museos, galeristas,
etc.- lo hacen constantemente por negación para mantener el interés por unos
nuevos “pocos elegidos”.
Un doble contexto cultural
Tanto
para Darger como para los surrealistas y los grupos afines de Chicago, se trata
de un empleo de los modelos e imágenes de los medios de masas muy diferentes al
pop art tal y como los propios imagists han
sostenido. Tanto ellos como Darger se sirven de estos pedazos de cultura
masificada como una realidad exterior en la que indagar, al margen de cualquier
preocupación temática o institucional. De este modo recatamos el ambiente donde
la obra de Darger fue descubierta, aquel donde reinaba una sed por la
investigación capaz de devolver el mito a la razón tal y como reclamaba el
joven Hegel en 1797 en su Primer programa
de un sistema del idealismo alemán. No obstante –y esto debe tenerse siempre
en cuenta-, en este primer descubrimiento ya están implícitos los gérmenes de
las dos vertientes de recuperación, las cuales se presentan no sólo
contradictorias sino dialécticas además, según algunos argumentos recurrentes,
deviniendo así complementarias por coincidir precisamente en multitud de valores.
La consideración como artista es clara, su aislamiento del resto de la
sociedad, su exclusividad en el comportamiento, en la apreciación de la
realidad y en su apropiación en nuevas historias y composiciones. Todo ello
asegura la distancia y la exclusividad del arte, algo que podría contradecir la
otra vertiente presente en el ambiente que rodeaba en la década de 1970 los
círculos próximos al Hyde Art Park Center de Chicago, -el arte bruto-, que no hacía muchos años, en 1972
concretamente, conoció la formulación de su versión anglosajona bajo el
concepto de arte “outsider” de Roger Cardinal, en lo que participó con su
reconocimiento institucional, la primera apertura por parte de Nathan Lerner del
apartamento de Darger a los posibles interesados en 1973 tras su muerte. No hay
que olvidar que antes del reconocimiento de Darger como artista, fue
considerado un representante del arte bruto u outsider, primeramente en Estados
Unidos y luego en Europa bastante antes de su acogimiento en el MAM de París,
concretamente en 1996 por la Institución más importante en esta materia: la
Colección de Arte Bruto de Lausanne fundada por Jean Dubuffet en 1976, por lo
que pronto podremos deducir cómo el arte bruto, en tanto que manifestación
artística propia de la posguerra de finales de los años cuarenta -es decir, en
un momento crucial de recuperación del Arte tras la tormenta de las vanguardias
históricas-, iniciada una vez más no a partir de la práctica artística sino del
coleccionismo, sirvió de asimilación de fenómenos culturales bien presentes
pero que en un principio vienen a cuestionar los límites del cofre artístico y
museístico.
Dialéctica abstracta y dialéctica
fenomenológica del arte bruto y del arte outsider
Si
bien la consideración de las manifestaciones plásticas del hombre del común que
deviene artista al margen del arte, puede resultar contradictoria, en el
momento en que se localizan en los sanatorios y manicomios la exclusividad se
recupera, terreno éste que ha ido ganado una ventaja significativa frente al
arte de los niños por ejemplo, sobre todo en el momento de crear las primeras
colecciones de este tipo de arte “liberado”, mientras que el llamado arte
primitivo carecía de la innovación del “arte de locos y marginados”, dado que
sus valores formales ya fueron rescatados por una primera generación de
artistas nabis y simbolistas,
seguidas por el cubismo y las vanguardias históricas en una constante confusión
o entrecruzamiento con manifestaciones artísticas de la Antigüedad como el arte
sumerio, el arte íbero, el egipcio o, sin ir más lejos, el periodo arcaico
griego y, aún más, aquel anterior tremendamente primitivo, localizado en lo que
se entendía como “años heroicos”, cuando los conflictos se solucionaban en un
combate entre “héroes” antes del desencadenamiento de los acontecimientos
propiamente históricos. Y es que la Historia y la Prehistoria no vienen
separadas por un telón de acero. El devenir se acelera y se agudiza con la toma
de conciencia, tal y como ocurre a nivel individual con la espacialización del
tiempo como diría Bergson. El tiempo establece por diferencia una inocencia,
ora prehistórica ora infantil (el arte naïf
sirve de precedente, surgido a partir del famoso ensayo del crítico y
coleccionista alemán Wilhelm Uhde, -primer marido de Sonia Delaunay-, a partir
de la calificación que atribuían a la pintura de Henri Rousseau Alfred Jarry,
Apollinaire, Picasso, etc., y que tomó forma cuando Udhe descubrió en 1912 las pinturas
de Séraphine Louis), de la misma manera que cuando definimos un arte “no
institucionalizado” reforzamos de inmediato el concepto de institución
artística así como su capacidad de reificación. Ya no se trataba tanto del
“hombre del común” de Jean Dubuffet en el momento en que el líder surrealista
André Breton le apoyó en el proyecto junto con otros diletantes como el íntimo
de Duchamp Henri-Pierre Roché, el abogado y bibliófilo Edmond Bomsel –copropietario
además de las ediciones Sagitario dirigidas por Philippe Soupault-, Jean Paulhan
-quien había dirigido durante años La
Nouvelle Revue Française (también asesoró a Dubuffet otro próximo a esta
revista: Raymond Queneau)-, el galerista y marchante de arte próximo a los
surrealistas Charles Ratton, y el formulador del “un arte otro” Michel Tapié.
De hecho, fue el crítico de arte suizo Paul Budry quien dio a conocer a
Dubuffet los círculos médicos de su país durante aquellos años de la fundación
de la Compañía del Arte Bruto, por lo que pronto se relacionó su proyecto con
la colección de arte psicopatológico iniciada en 1922 por el psiquiatra Hans
Prinzhorn, cuyos estudios inspiró tanto a artistas como Paul Klee o Max Ernst,
como a la exposición de “arte degenerado” organizada por los nazis en 1937 en
Munich y en la que incluyeron dicha colección con el fin de ridiculizar aún más
el arte moderno (no conocían por entonces el enorme beneficio que le rendirían,
sobre todo a marchantes y coleccionistas próximos como nuestro conocido el
Barón Thyssen Bornemisza). Claro está que en este ambiente de excesivo
cosmopolitismo y doble moral burguesa, el arte del “hombre del común” pronto se
identificó y se estigmatizó en la locura, en los presidiarios y en demás sacos
sin fondo donde se han lanzado, escindidos, desde la sexualidad femenina hasta
el azar, en suma todo aquello que no entra dentro de los estancos de un
lenguaje tremendamente ideologizado a lo largo de la historia y especialmente
en los últimos ciento cincuenta años (recordemos Las palabras y las cosas de Michel Foucault), teniendo en cuenta aún
más que la colección del médico alemán Prinzhorn compartió con el psicoanálisis
de Freud (el mismo que denigró la sexología clitoridiana como infantil) un
mismo precedente: Jean-Martín Charcot, en su caso no tanto por sus
investigaciones sobre la histeria femenina, sino por sus experiencias con arte
psicoterapéutico en el Hospital de la Salpêtrière de París hacia 1875. El
trabajo anónimo de las “artes primitivas”, extraño al culto del artista,
resultó al final más incómodo que la psique de los enajenados, más propicia
para crear nuevos artistas “degenerados”, lo que resulta excesivamente perverso
cuando se trata del arte de los niños cuyas personalidades se encuentran en
pleno proceso de construcción. El arte bruto sólo pudo desarrollarse tras la
segunda mitad del siglo XX, época de enorme reacción contra las ideas
socialistas, en un clima generalizado de “vuelta al orden” y de renuncias a los
proyectos de aquellas vanguardias históricas –ahora tachadas de utópicas-, más
inclinadas por el anonimato de la creación para poder equipararla y fusionarla
de nuevo con la producción, ambas escindidas en la modernidad capitalista y
liberal (el emprendedor y las masas trabajadoras). Al fin y al cabo, tal y como
advierten Ernst Kris y Otto Kurz en su obra conjunta La leyenda del artista, la formación de un genio se nutre de su
propia biografía, lo que permite considerar su creación como una extensión de
sí. Se trata de la sustitución de las relaciones entre representación y representado
en la obra artística, por aquellas que laten entre el artista y su propia y
endogámica producción.
La
forja mitológica del loco individuo excéntrico, fue agudizándose en el ámbito
institucional artístico con otros términos y propuestas como son el “arte
outsider” de Cardinal como respuesta al constante paralelismo entre Paris y
Nueva York, aunque en este caso se trate más bien de Chicago, -precisamente-,
al haber organizado la ciudad la exposición colectiva en 1979 bajo el término
“Outsider art in Chicago” (Henri Darger, Lee Godie y Joseph Yoakum
fundamentalmente, además de piezas procedentes de las colecciones de los imagists, quienes no dudaron en exponer
las suyas propias), gracias a la cual el concepto adquirió el cuerpo necesario
para establecerse, al tiempo que el propio Cardinal organizaba en Londres junto
con Victor Musgrave y la Hayward Gallery, la exposición “Outsiders : An Art
without Precedent or Tradition”. De hecho no lo hizo de una manera inequívoca,
sino según la dialéctica de la institucionalización en la que se basaba, en lo
que participaron otras propuestas y formulaciones intermedias, como el “arte
singular” de Michel Ragon y la “Neuve Invention” del director de la Colección
de Art bruto de Lausanne Michel Thévoz, ambos para acoger aquellos artistas que
no se encuentran ni en un ámbito ni en otro, como por ejemplo el rumano Zoltan
Kémény por su materismo o los franceses Robert Tatin (muy apreciado por los
surrealistas) y Gaston Chaissac, descubierto este último por Jean Paulhan,
Raymond Queneau y el propio Dubuffet. De hecho, tal y como afirman los
expertos, el término “arte outsider” permite hoy en día paradójicamente, una
mayor apertura que el “estrecho” concepto europeo de arte bruto con el que
Dubuffet se refirió con motivo de la primera exposición de “art brut” en la
galería Drouin de Paris en 1949, a aquel producido por personas libres de
cultura artística, lo que según él era visible en el poco valor que otorgan al
mimetismo y a la gran variedad de medios abordados: “temas, medios materiales
elegidos y empleados, métodos de transposición [por ejemplo y avant-la-lettre, el calco de Darger y
sus ampliaciones fotográficas], ritmos, maneras de escritura, etc.” Sobre todo
la primera de estas dos características (si bien ambas comprometían al arte de
vanguardia desarrollado en la primera mitad del siglo XX; de hecho fueron sus
artífices los primeros en prestar atención a las artes primitivas, al de los
niños y a la psicoterapia plástica) centraba las apreciaciones estéticas en la forma. Por ello y aunque el
concepto en un principio fue propuesto como una traducción directa del arte
bruto dubuffiano tal y como aclara el historiador Colin Rhodes por ejemplo, el
concepto de “arte outsider” acabó por ser más amplio gracias a la aplicación
que recibió por parte de críticos e historiadores posteriores, sobre todo a la
hora de adaptarse a las circunstancias norteamericanas que necesitaban de una
consideración de las manifestaciones populares afroamericanas, tan importantes
como el jazz en el ámbito musical sin ir más lejos. Es decir, el calificativo “outsider”
ampliaba la capacidad de absorción del arte bruto. No obstante, cuando nos
referimos a una mayor amplitud lo hacemos en términos abstractos, dado que
“arte outsider” no se limita tanto a la forma o las circunstancias biográficas
de los creadores, sino que desde un principio se propuso desde su relación con
el arte institucionalizado, el cual se había regenerado respecto a las
manifestaciones del siglo XX y en función de la museística y de la
historiografía, en Estados Unidos antes que en París gracias especialmente a
los esfuerzos del MoMA y de sus directores, desde su fundador Alfred Barr Jr.
hasta William C. Seitz, quien organizó en 1961 la importante exposición Art of Assemblage en este centro con la
asistencia teórica de Jean Dubuffet precisamente. La mayor amplitud del término
“outsider” se debe entonces a una respuesta institucional más clara, en un
momento posterior en el que el concepto de arte institucionalizado se
encontraba mucho más evolucionado. Este proceso deviene más evidente aún
gracias al porqué la obra de Darger no fue incluida en la primera exposición de
arte outsider de 1979 en Londres cuando se entendía por este concepto todavía una
traducción literal del arte bruto de Dubuffet, mientras que hoy en día es
considerado como uno de sus principales exponentes. El propio Musgrave
consideró en la introducción al catálogo poco propicio incluirlo en esta
muestra por la naturaleza cultural de sus fuentes -comics, revistas y viejos
álbumes-, como si fuesen incompatibles con la idea dubuffiana del arte
“indemne”. Aun con todo esto último poco concordaba con la realidad de la
cultura popular norteamericana, pionera en el despliegue de los mass media en tanto que emanación
cultural de la sociedad capitalista. El propio Darger en su autobiografía se cita
a él mismo en calidad de artista, aunque este hecho es en verdad muy común entre
los artistas representados en la colección de arte bruto de Dubuffet conservada
en Lausanne. En realidad no existe diferencia alguna entre “bruto” y
“outsider”, sino que, refiriéndose ambos a vertientes diferentes de un mismo
interés institucional, participan del mismo proceso de reificación de uno de
los mayores intereses de las vanguardias históricas desarrolladas antes de la
Segunda Guerra Mundial: el arte del hombre del común, incluyendo las artes
primitivas e infantiles, tal y como le pudieron interesar por ejemplo al
uruguayo Joaquín Torres García. Por ello y una vez considerada esta realidad
desde la colección y el museo que selecciona entre una infinitud de muestras,
el arte outsider subraya la realidad institucional de este interés. Es así cómo
entiende la implicación de ciertos protagonistas de aquella vanguardia
legendaria dispuesta a cambiar el mundo, en la Compañía de Arte Bruto promovida
por Dubuffet, pintor de su generación que, junto con Michel Tapié, Simon
Hantaï, Henri Michaux (“La palabra es tan sólo una ilusión. Los artistas que
trabajan con sus manos son mucho más felices”, replicó Michaux en el estudio de
Picasso en 1943 según las memorias del fotógrafo Brassaï) o el crítico Charles
Estienne (sin nombrar a los expresionistas y neodadaístas norteamericanos
dispuestos a vivir su propia aventura moderna entre los años 1940 y 1950),
estaba firmemente dispuesto en el fondo a recobrar el valor individual del
artista al liberarlo de la formación profesional, sólo que con ello también
eliminaba la dimensión teórica de la vanguardia histórica: “no más ideas;
expresión, expresión…”, a lo que las instituciones respondían entusiasmadas: “¡más
cuadros, más ventas, más cultos, menos reflexión, más religiones!”. Éste es en
realidad el verdadero sentido ideológico del assemblage de Dubuffet frente al collage de la vanguardia
histórica, de la superposición de su “untar” a la yuxtaposición del encolado, de
la imagen reproducible hasta la recuperación de la obra única.
El héroe contra el mito
En
este estado de cosas no es de extrañar que la siguiente exposición de Henri
Darger, quien ya se había convertido en un mito de la cultura reciente de
Chicago y de los Estados Unidos, tuviese lugar a modo de antológica en la galería
de Nueva York Phyllis Kind, -la segunda tras aquella celebrada en Chicago en
1977-, ahora bajo el título “Los dibujos de Henry Darger”, lo que ya supuso un
reconocimiento como artista junto a su supuesta condición de outsider. Esta
última apreciación se restringió a Chicago donde se celebró en 1979 la
exposición dedicada a este tipo de artistas “marginados”, en este caso todos
autóctonos de la ciudad, sobre todo ante el hecho de que Darger no fue incluido
en la exposición celebrada en Londres ese mismo año (a pesar de los argumentos
de Musgrave, este hecho posiblemente se debiera más a su reciente
descubrimiento que no permitió a los organizadores valorar su obra), mientras
que su renombre como artista alcanzaba ya cuotas nacionales. Aun con todo, su
producción fue acogida en 1996 en la Colección de Arte Bruto de Lausanne, llegando
pronto a ser considerado como uno de los grandes de esta vertiente del arte
abierta por Dubuffet, así como nuevamente del propio arte outsider, ahora y por
fin a nivel internacional, al haber sido representado cuatro años antes en la
exposición itinerante “Parallel Visions. Modern Artists and Outsiders”
organizada por Los Angeles County Museum of Art (LACMA), concretamente por
Maurice Tuchman y Carol S. Eliel, y que pudo verse también en el Museo Reina
Sofía de Madrid, además de en Tokio y Basilea, si bien de manera ambigua, dado
que la muestra contraponía artistas consagrados del siglo XX con los
denominados “outsiders”, en un proceso al que ya hemos aludido de
complementariedad y que desembocaría en la nominación “Musée d’art moderne,
contemporaine et d’art brut” en 1999 al recién abierto centro de arte
contemporáneo de Lille. ¿Dónde queda Darger en todo esto?, ¿en el arte
propiamente dicho o en el recinto creado por Dubuffet para el “hombre del
común”? Aunque a estas alturas quizás debamos reformular la cuestión: ¿dónde
queda el hombre del común?
De
esta manera y a modo de contextualización de la obra y legado de Henry Darger,
hemos probado cómo gracias a que el arte del “hombre del común” ha ido
restringiéndose a lo que hoy entendemos por locura sin apenas cuestionarlo (para
lo cual habría que definir antes la razón imperante que la define por
contraposición), se ha ido reforzando en el fondo no sólo la obra del artista
como genio y ser superior destacado del resto de la sociedad tal y como desean presentarse
los empresarios emprendedores que protagonizan la sociedad actual de mercado,
también la obra de arte independiente de todo valor de uso conservado aún en
las imágenes prehistóricas y de las denominadas “artes primitivas”, como
reflejo de las inquietudes interiores del artista más allá de la mímesis. El
arte ya no estudiaba mediante la representación la realidad, algo que en verdad
tuvo su fin en el siglo XVIII tras siglo y medio de presión trentina directa o
indirecta, sino que la representación pasó a ser un valor en sí mismo tal y
como ocurrió con el lenguaje en el momento en que comenzó a ser estudiado en
los términos expuestos por Michel Foucault en Las palabras y las cosas, con una función resuelta en dos
vertientes concernientes al artista y a la obra artística, a la producción y a
la ideología emanada: convertir la obra de arte en un modelo de puro valor de
cambio para el mercado, un cheque en blanco amparado en el hecho de que sólo se
le permite al artista (los barbudos con gafas de pasta de la España franquista
y de la Europa actual de hipsters)
trabajar de manera simultánea –sea cierto o falso, da igual- la idea y su
materialización. De esta manera el Arte se presentaba por primera vez como lo
contrario al trabajo, dado que fue en la Revolución Industrial cuando se
desligó el diseño de la fabricación, el trabajo intelectual del manual, en el
momento en que nacía la clase trabajadora y el trabajo automático (que las
diferentes vanguardias históricas quisieron actualizar a las manifestaciones
culturales, como la espontaneidad de las palabras en libertad futuristas, la
construcción del constructivismo y del funcionalismo, y los automatismos
dadaístas y surrealistas), encontrando pronto respaldo legislativo en el Décret
d’Allarde y la Loi Le Chapelier decretados en 1791 en el primer periodo
monárquico constitucional de la Revolución Francesa, por los cuales se
suprimían todas las corporaciones de oficios y trabajadores mientras se
garantizaba la libertad de comercio y de industria. Como los Bisontes
paleolíticos o las pirámides de Egipto, nuestro concepto de Arte que imponemos
al resto de la Historia responde a una ideología concreta necesitada del
emprendedor, -ora artista ora empresario-, aunque este último no ha dejado
nunca de ver el primero como una persona que por su excentricidad ha orientado
su exclusividad hacia la “libertad artística”, la cual siempre es subjetiva (Los placeres de la imaginación de Joseph
Addison y del empirismo inglés, La
crítica del juicio de Kant, etc.) como las propias capacidades del
empresario para elegir sus inversiones. En principio la burguesía echó mano de
la mímesis del arte para disfrazarse de lo que en el fondo deseaba ser
–aristócratas-, para luego tratar el cuadro como una representación del alma
individual del genio a partir de finales del siglo XIX y el surgimiento de la
idea de un arte autosuficiente (“el arte por el arte”), gracias a lo cual
alcanza el valor de cambio “absoluto” (esto es: independiente del valor de uso,
de donde surge la idea de que el arte es siempre inútil materialmente hablando):
“La actitud que consiste en ver el arte como
arte, como un dominio autónomo de la actividad creadora (…), emerge desde
que crece el deseo de asociar el nombre del maestro a su obra”, señalan
acertadamente Ernst Kris y Otto Kurz en La
leyenda del artista (Viena, 1934). Mediante el arte, lleno de complejos
victorianos, bismarckianos y bonapartistas, el burgués se proyecta en el alma
del artista y juega por un breve momento como cuando va al prostíbulo, a ser un
loco embriagado por sus propios dones, sin que jamás haya desaparecido la
representación, no sólo en el arte sino en el conjunto de la sociedad una vez
fortalecida gracias a la disociación entre trabajo “intelectual” y trabajo
manual o material, ahora reducido al automatismo de la fábrica con el fin de
incrementar los beneficios y desproveer de su fuerza a la única fuente de
riqueza real, que no es otra que la mano de obra, hablando en serio y en los
términos economicistas de Ricardo.
De
este modo entendemos cómo el hombre del común ahora estigmatizado en la locura,
–para lo que no sólo aceptamos el discurso definido por Foucault, sino también
el concepto de locura expresado históricamente en su Historia de la locura en la época clásica-, vuelve al culto
biográfico de Vasari, él mismo artista y por tanto burgués emprendedor, aunque
todavía previo a la escisión del trabajo manual del intelectual propio de
nuestra era capitalista. El artista a través de la “locura” recupera sus
facultades mágicas de las que nos hablaban Kris y Kurz, mientras que el arte
infantil pierde fuerza. Al fin y al cabo y siendo que todos lo hemos sido, todos
los niños pintan; o más bien dibujan, al menos hasta que dejan de hacerlo a la
edad de los 10 años más o menos, ante la evidencia de que sus moños y garabatos
poco tienen que ver no con la realidad, sino con las ilustraciones de museos y
publicaciones que han pasado por la aprobación de la imprentan (nos referimos
irónicamente a la división profesional). Es entonces cuando el niño comienza a
centrase en una sexualidad ideologizada y escindida del resto de su cuerpo y de
su comportamiento (tal y como define Michel Foucault la sexualidad en la
introducción al segundo volumen de su Historia
de la Sexualidad, El uso de los
placeres), la misma que pronto dirigirá hacia la procreación de más mano de
obra. El resto no es más que un persistente estado infantil de la sexualidad según
los argumentos del psicoanálisis y de la economía de la libido. Es entonces, y
sólo entonces, cuando alcanzamos una verdadera “crisis de la realidad”. Por el contrario, en los relatos biográficos
de artistas se subrayan, según las fases propias del héroe mitológico, las
primeras manifestaciones de las supuestas dotes artísticas del “elegido”
creador en su infancia, que ya entonces lo diferencian de la cantidad de
garabatos de los restantes niños (y sigo con ello una vez más los argumentos de
Kris y Kurz).
Sea
como sea, Henry Darger ya ha constituido un mito que debe ser reconocido de
alguna manera por la cultura institucionalizada. Klaus Biesenbach argumenta muy
bien en la monografía que le dedica en 2009, su conformación en los Estados
Unidos: ya en 1979, tres años después de su descubrimiento, el guitarrista de
country experimental asentado en San Francisco y colaborador con The Residents,
Snakefinger, dedicó un tema a The Vivian
Girls, seguido de la ex-cantante de 10.000 Maniacs Natalie Merchant con su
“Balada a Henry Darger” de 2001, a lo que hay que añadir “The Vivian Girls are
visited in the Night by Saint Dargarius an his Squadron of Benevolent
Butterflies” de Sufjan Stevens (2006) y, sin ir más lejos, el grupo de punk pop
femenino bautizado directamente The Vivian Girls en 2007, junto con la pieza
teatral As Told by The Vivian Girls
de Devon de Mayo e interpretada por la compañía The Dog & Pony’s Theatre,
sin que enumeremos aquí los reiterados homenajes y citaciones en el ámbito del
cómic y de la literatura en general.
Nosotros
vamos a intentar volcar en sentido contrario las aportaciones de Darger en
tanto que individuo. No es nuestra intención expresar una crítica fácil, vacía
de utilidad y que pueda condenar al olvido una serie de cuestiones capaces de
aportarnos una enorme trascendencia. Pero como hemos hecho hasta el momento vamos
a centrarnos en la ficción, -en la producción relegada en verdad-, con el fin
de detectar los síntomas de realidad que subyacen, antes que mitificar una
vida, ya sea por su intensidad (Los picassos y los dalís) o por su monotonía
(como el propio Darger). Al fin y al cabo nuestro autor en tanto que creador
individual y aislado, representa muy bien la sociedad actual y su cultura
surgida del sistema de mercado que rige los destinos del mundo desde hace dos
siglos, hecho que queda plasmado en caracteres precisos de su producción
interdisciplinar, capaces de devolver –como ya hemos advertido al principio-, una
visión mítica de la que la razón se ha visto despojada desde el momento en que
ella misma se vio convertida en simple mercancía. Recordemos que tan sólo en
España, uno de los periódicos “de mayor tendencia” se ha apropiado de su
nombre, uno de aquellos agentes empeñados en despojarla, a ella y a la vida, de
su propia magia, la cual han concentrado en aburridos barbudos con gafas de
pasta. Sí, hay mucho que recuperar, y en este estado de cosas, en ocasiones, no
sabemos si por casualidad o no, se descubre la insistencia de algún solitario
como Darger. Para poder apreciarlo debemos alejarnos de la psicología reificadora
y tratarlo tal y como se presentaron los auténticos plásticos y creadores del
difícil siglo XX: en calidad de investigadores de una realidad alejada. Dicho todo esto concerniente acerca de nuestra
metodología, prosigamos.
Arte y conocimiento de la realidad
Las
historias de Darger resultan conmovedoras. Profundamente maniqueas chocan con
la moral adquirida por cada uno de nosotros. Con el detalle con el que trata a
esta última, Darger ha logrado disociarla por un momento de la excitación, del
placer y de la violencia y, con ello y sin saberlo, desvelar el funcionamiento
de la ideología así como liberar los mecanismos de nuestro interior, tal y como
pudo hacerlo Sade en su momento. ¿Acaso la historia desmembrada, sin continuidad,
plagada de cruces de nombres y personajes, de causas y efectos, no es la misma
que la que vivimos en una constante imposibilidad de aportar datos objetivos
libres de la ideología, ni de establecer una cadena lógica de los
acontecimientos, y mucho menos en función de una moral? Tal y como Darger
reubica de un golpe la tierra en la órbita de un nuevo astro haciéndola
descender hasta la categoría de satélite, nos sitúa no a él mismo como
podríamos pensar, en unos estados segundos que permite vislumbrar realidades
inaccesibles al resto de los mortales, sino a nosotros que devenimos lo que en
realidad somos: unos desterrados de nuestra propia realidad. ¿Qué es lo que nos
ciega, lo que no nos deja ver la verdad de la historia que Darger nos narra? De
repente los penes pre-pubertosos de las niñas cobran sentido en una nueva
unidad que se ha visto ultrajada por las fuerzas esclavistas de los adultos, a
pesar de la existencia de algunos de ellos aliados y que en realidad dirigen el
conflicto. Los términos se invierten. El ensamblaje de las diferentes partes
antecede a lo que antes veíamos como unidades autosuficientes. Nos faltaba
abandonar nuestro “planeta” para descubrir que se trataba del satélite de otro
astro mucho mayor donde la continuidad cobra un nuevo sentido, donde los
personajes se entrecruzan en plena simultaneidad, porque como en el platónico cuento
Flatland de Abbott, se trata de una
toma de conciencia de que las diferentes dimensiones no son más que el reflejo
de una misma realidad, nada inocente en una época que antecede a la gran
revolución astronómica que estamos viviendo y en la que los ejes cartesianos
son ridiculizados por el espacio, el tiempo, la gravedad y la energía a la
espera de una nueva unidad aún más orgánica si cabe. Sin embargo, no vamos a caer
con este nuevo platonismo en la figura del artista como visionario fácilmente
recuperable, pero sí devolvemos con ello el estado primero a la creación
plástica, llamémosla estética o incluso arte, en tanto que ciencia de las
apariencias. Los aparentes “errores” en la narrativa de Darger devienen de este
modo tomas de conciencia de nuestra propia realidad.
La unidad entre materia y forma,
entre realidad y ficción
A
partir de esta premisa recorremos el sentido inverso de la obra, no a través de
los datos biográficos rescatados a duras penas, sino del proceso material y
técnico creativo, tanto de la literatura como de las ilustraciones de Darger.
Si abordó al final de su vida relatos autobiográficos -Historia de mi vida, su diario y los estudios meteorológicos-, no
fue para heredarnos el conocimiento de sus propias vivencias; esto no cuadra
con una persona que ha dado tan escasas muestras de voluntad de dar a conocer
su obra, sino con el objetivo de entrecruzar y así unir la realidad de Calveriana con la de la tierra. La
cuestión radica en la frontera entre el ensamblaje y la unidad. Si logramos
pasar de uno a otro recobramos el origen perdido, la inocencia. Lo que creíamos
posterior deviene anterior, aunque a nosotros, ciegos todavía, nos choque como
los diminutos miembros de las Vivians.
Esto resulta correlativo a la alquimia, a la creación a partir de la nada como
superación de la forma, remitiéndonos definitivamente a la materia olvidada. La
frontera entre la ficción y la realidad se desenvuelve de manera simultánea en
la Historia entre un dios demiúrgico y griego que moldea una forma eterna, y
otro semita que crea a partir de la nada, dualidad que se ha repetido infinidad
de veces en todas las culturas. Recordemos que tanto MacGregor como Choghakate
Kazarian, -en un nuevo acercamiento paternalista al artista outsider-, afirman
que Darger recurría primero al collage y al calco porque era incapaz de crear ex-nihilo. Aunque esta afirmación constituya
ya un tópico cuando se trata de collagistas, no deja de manifestar este drama
que en el fondo subyace en toda creación, ya sea la de Miguel Ángel Buonarroti
o la del hijo del vecino. Al fin y al cabo, las diferencias de género afectan
tan sólo a la forma de una misma materia que es la carne humana, siendo que el
hermafroditismo en la figuración –formal siempre-, es capaz de unir en términos
tradicionales el modelo con el creador, la obra como reflejo del artista, y
éste como reflejo de sus objetos y obsesiones que, en Darger y gracias a su
capacidad de invertir las causas y los efectos, pasan a primer término, esto
es, a un origen perdido (el Génesis
bíblico en su concepción cristiana) por haber sido desfragmentado y escindido
por la corrupción adulta e ideológica. No. Como suele ser habitual, los diferentes
procederes de Darger, antes que obedecer a supuestas incapacidades técnicas (yo
lo desconozco francamente; tampoco me inquieta demasiado), albergan muy ricos
significados.
De
esta manera arribamos a los dos procedimientos creativos de Darger correspondientes
a la materia y a la forma, porque, como ya hemos advertido, la unión de lo
femenino y lo masculino no responde para nosotros en la visión de la obra como
una extensión psicológica de la vida del autor tal y como narran Kris y Kurz,
aunque sí una materialización creada a partir de la correspondencia de su
interior con el exterior objetual, tan misterioso como el primero. A fin de
cuentas, si bien este procedimiento podría antojarse próximo al de Breton, el
surrealismo nunca ha dejado de ser, –a pesar de las apariencias-, una lucha
ciega y sin cuartel contra la arrogancia. Por esta razón última resulta
especialmente revelador subrayar el contexto cultural de Chicago donde fue
descubierta la obra de nuestro autor.
De la ficción del mundo a la mecánica
del cuento: de los medias al collage o al médium
Gran
collagista al inicio de su carrera solitaria, lo que luego canalizó en el arte
del calco, la primera distinción entre la materia y la forma ya viene ofrecida
en el catálogo de la exposición recién celebrada en el MAM de París por
Choghakate Kazarian y que, tal y como demuestro en mi libro El collage. Historia de un desafío,
ocupa a todo collagista que se tercie: la recogida y selección de material, y
la disposición de estos materiales en un nuevo conjunto. En realidad es lo que
el artista plástico ha realizado a lo largo de toda la Historia del Arte, sólo
que antes, en vez de tomarlos directamente, los representaba mediante el dibujo
y modelado en una homogeneidad material que le permitía crear unidades
ficticias, porque se trata, antes y ahora, no tanto de las limitaciones
técnicas a las que recurren los historiadores con asiduidad, -especialmente
cuando se trata de “outsiders”-, sino de alcanzar una última correspondencia e
identificación entre el acabado y el proceder que, en términos temporales
diferentes, corresponde a la unidad materia-forma que sustituye a la anterior
unidad ficticia de la mimesis. Así, el creador recoge los materiales en función
tanto de sus intereses como de sus objetivos, los cuales deben corresponder con
los primeros para salvar el estado de alienación, es decir, la copia en el vocabulario
clásico y mitificado del artista genial que para nosotros se torna en
metodología que combate el estado de escisión en el que se desenvuelve la vida
moderna desde el momento en que los fragmentos llegan a nosotros sin que
conozcamos sus procedencias. Darger los recogía concretamente de las basuras
como mercancía desechada y así liberada de sus valores de cambio. Los
almacenaba hasta encontrarles un nuevo sentido, un nuevo valor de uso en sus
composiciones. De este modo comprendemos por qué sus historias no mantienen la
continuidad a la que tan acostumbrados estamos, sino una simultaneidad inaudita
que nos permite vislumbrar nuestra condición segunda en calidad de satélite de
mundos nuevos. Mediante este procedimiento y sin recurrir todavía al calco,
confeccionó entre la década de 1910 y 1920 mediante el collage, las banderas, los
generales y los países que iban a intervenir en la historia que le iba a ocupar
toda su vida: la guerra Glandeco-Angelinniana. Éstos iban
a conseguir la unidad necesaria de sí mismos mediante el calco y la acuarela
antes de formar parte de las composiciones, cobrando y desvelando, como ya
hemos dicho, nuevas significaciones y contenidos.
Hacia el automatismo y la unidad material: del
collage al découpage
En este paso históricamente
inverso desde el collage hasta el dibujo “guiado”, Darger reemplazó el recorte
por el calco, para el cual empleaba directamente el papel carbón -ideal para
este proceder-, lo que amplió con los años a ampliaciones fotográficas de los
modelos antes de ser calcados, con el fin de alcanzar las escalas necesarias
para la verosimilitud de las composiciones previstas, y ello a pesar del elevado
coste del procedimiento, hecho que también niega las posibles teorías acerca de
sus limitaciones en la elección de recortes de la prensa, de cómics, álbumes y
catálogos, muchos de ellos infantiles, y cuyas imágenes recatadas de estos
medios de masas iban a conocer nuevas direcciones gracias a estos
procedimientos. La diferencia de las tijeras con el delineamiento es que este
último extrae la imagen. Con ello sublima las figuras al tiempo que las dispone
para participar en nuevas composiciones junto con otras figuras rescatadas bajo
el mismo proceder. Se homogeniza el material de la misma manera que hacían los
clásicos con el empleo de la pintura y la escultura antes que el collage, sólo
que ahora Darger ha logrado eliminar la mano creadora y moldeadora del artista
para facilitar su comunión con lo preexistente y dotar a la vez y por
definición, a los trazos voluntarios de unos significados nuevos. En este
sentido adopta procedimientos automáticos próximos a los dadaístas, aunque hoy sabemos que muchos de ellos ya estaban
presentes en la cultura popular, en las artes decorativas consideradas
“menores” (por su cantidad de recursos técnicos, Darger se presenta como un
“gran decorador”, tal y como demostraron ya algunas de sus aficiones infantiles
narradas en su autobiografía) y otras aplicaciones funcionales, desde el
collage y el ensamblaje mismo hasta la fotografía sin objeto. Es así que hoy
debemos considerarlo como uno de los collagistas estadounidenses previos al
gran desencadenamiento del “arte moderno” norteamericano, junto con Arthur Dove
y Joseph Cornell fundamentalmente. Claro está que en este proceso de
sublimación de las imágenes (mediante la homogenización del material) y de su re-contextualización,
participa un tercer paso que es la coloración, la cual ayuda -tal y como señala
nuevamente Kazarian- a la calificación dentro del sistema
maniqueísta de sus nuevas historias como si de un tablero de ajedrez se tratase:
los malos, los buenos, los inocentes y los adultos, los grados militares, los
colores de las banderas, etc. En este sentido debemos afirmar que en la
dialéctica materia-forma Darger apuesta por la imagen, lo que lo acerca todavía
más a los intereses surrealistas como los de Chicago. Es a través de ella que
integra y reconcilia las variadas posibilidades, así como los diferentes
estratos de una realidad escindida: interior-exterior, sujeto-objeto,
anverso-reverso (piel-vísceras), femenino-masculino, natural-artificial,
naturaleza-historia, continuidad-ensamblaje, etc.
En
este proceso desde la materia hasta la imagen a partir de la dialéctica
materia-forma, Darger anduvo de una manera bien particular el mismo recorrido
que la vanguardia internacional, desde la anulación de la “voluntad artística”
como diría Restany, haciendo uso de procedimientos que alejan la mano como las
tijeras, hasta ciertos automatismos como el encuentro con los materiales
prestados o el seguimiento de un trazo preexistente, en el caso del autor que
nos ocupa más allá incluso del automatismo supuestamente libre de toda
conciencia o determinación volitiva, de Arp y Magnelli o del último Matisse, ya
que confía su dirección a lo preexistente. De este modo, una vez que hubo
abandonado el trazo voluntario mediante los recortes de sus primeros collages,
retomó el lapicero, posiblemente olvidado en su infancia como nos ha ocurrido a
la mayoría, ahora mediante el calco que considera antes que nada las imágenes
encontradas (en la basura, en las publicaciones periódicas; identificación que
lo aleja de los artistas pop tal y como ocurre con los imagists de Chicago), con lo que reinventa el dibujo y la gráfica a
un mismo tiempo, es decir, la imagen orgánica y la imagen industrial o
mecánica, ambos ámbitos reconciliados en los desastres al establecer una
equivalencia definitiva en torno a las consecuencias, entre las tormentas y
otros fenómenos atmosféricos extremos con las guerras y sus batallas, en una
definitiva unión de lo preexistente con la creación, y de una contundente
presentación a posteriori del
misterio de esta última contenido en la nada que a nuestros sentidos queda
oculta a modo de nóumeno. Como vemos,
tanto en la temática como en la adopción de unas técnicas libres de toda
habilidad necesaria, desde las cajas que coloreaba de pequeño hasta los Blengins, -esos seres mitológicos conformados
a partir de distintas partes rescatadas de aquí y de ahí, ya sea mediante la
memoria o mediante la adopción mecánica del calco y del collage-, la historia
de Darger ya no se antoja individual y bizarra. Es la historia de todos
nosotros. Es la historia de toda una civilización que se enfrenta aún hoy al
reto que supone la Revolución Industrial y a la que todavía no hemos sido
capaces de adaptarnos económica y socialmente para beneficiarnos de su
rendimiento y de sus servicios, lo que quizás comporta la necesidad de una reconciliación
del estado primitivo y moderno, del estado infantil y adulto, que la mayoría de
los comentaristas de la obra de Darger encuentran precisamente patológica.
La reconciliación
No
obstante, no pensemos que esta producción queda libre de toda discordancia
anómala. Existen puentes entre el trazo del calco y el dibujo volitivo,
pequeñas reacciones destinadas a retomar la iniciativa del pulso. Si bien las
motas, las escamas, las alas y las colas de los híbridos Blengins se presentan de manera más o menos armoniosa, la línea
continua del calco propio de Ingres, -sus desnudos femeninos copiados del mismo
modo por multitud de académicos-, irrumpen de manera violenta cuando se trata
del binomio artificial-natural de las guerras y tormentas. Siendo una de las
muertes más habituales el estrangulamiento, los gestos de asfixia de las
víctimas son rupturas de este trazo continuo para dar una pequeña y limitada
cabida al trazo volitivo de la mano, -ya adulto-, así como cuando se trata de
las vísceras de aquellas niñas destripadas. Con ello Darger nos ofrece una
definición muy ajustada de la violación: la irrupción de la mano experta -que
ya conoce- en el trazo continuo mecánico falto de esa pérdida de inocencia, lo
cual remite, en su mentalidad de ferviente católico, a la expulsión del
Paraíso, el cual localiza ahora tras cierta inversión, -debido sin duda a su
perfección mecánica-, en las imágenes de los medios de reproducción mecánica que
producen los mass media y la actual
naturaleza artificial, industrial, al menos la suya propia en su estado de
aislamiento y alienación que comparte con cada uno de nosotros en una sociedad
basada en el poder del individuo para concentrar el máximo de capital en
detrimento de sus iguales. Por el contrario, cuando se trata de la naturaleza
anterior -las tormentas de los clásicos venecianos a través de las cuales
alcanzaron en el siglo XVI la coloración de las sombras y la recreación de la
atmósfera desde el empirismo y la observación-, ésta se torna violenta. Aun
tratándose de un puente claro, de un intento de matrimonio entre los dos trazos
–el mecánico y el orgánico-, la yuxtaposición frente a la atmósfera ficticia
triunfa de manera terrible. Calcadas y rescatadas así del mundo de la
ilustración reproducible, en un ejercicio próximo a aquel aconsejado por Botticelli,
narrado por Leonardo da Vinci y consistente en lanzar una esponja sobre un muro
para leer a continuación las imágenes resultantes o, más bien, estimulantes para
nuestros sentidos, las nubes sirven en la obra Darger –libre de toda habilidad,
recordémoslo-, para anunciar e ilustrar los terribles acontecimientos de las
civilizaciones, del enfrentamiento entre fieles e infieles, entre los que
conservan la fe y aquellos otros que la han olvidado, lo que en el fondo se
trata de nuevo de una pérdida de la inocencia. Es más, la repetición y
reiteración, dos de los procedimientos más ejercitados por Darger según
Kazarian, comprobables en las multitudes de los personajes por las que –como
las espigadoras de Millet- no sabemos si se tratan de figuras yuxtapuestas o de
imágenes traslapadas con el fin de crear tan sólo un movimiento estereotipado, en
la reiteración las escenas devienen signos, -sellos o tampones-, tal y como
ocurre sin ir más lejos con el estrangulamiento y las vísceras, los cuales son
capaces de repetirse hasta la saciedad, hasta habituar al lector y conformar
unos contenidos estables que, a pesar de su significado, conlleven la
tranquilidad de la univocidad. Y lo mismo ocurre con las formas, –cabezas en su
mayoría tal y como advertían tanto Da Vinci como Henri Michaux acerca de sus
experiencias con peyote-, las cuales emanan de las nubes sin poder romper nunca
la yuxtaposición. Son signos que anuncian y transcriben la escena, de la misma
manera que las letras y los trazos explicativos, –aunque solapados en el fondo-,
que intervienen en las escenas conformadas y estructuradas en función del calco
y la yuxtaposición, se deben a la caligrafía del propio Darger. En este caso la
violencia se ejerce en el nivel de la representación, tal y como ocurre en
verdad con todo el conjunto de la producción de Darger, dado que esta dimensión
es la que alcanza el impulso creador mismo. Es atacando directamente la
capacidad referencial de las imágenes cómo las roba o las recupera, dependiendo
esto último del bando que adoptemos. Las discordancias producidas en el eje
cronológico y narrativo clásico –esto es, aristotélico-, responden a esta
dimensión, de la misma manera que los apacibles Blengins, los cuales no afectan para nada al curso de los acontecimientos,
no consiguen participar de la escena. Se solapan, son estériles, como las Vivians girls bisexuales que sienten la
necesidad -como la desnudez de los héroes clásicos- de mostrar esta condición
suya mediante pequeños genitales masculinos todavía sin desarrollar, porque en
su estado de inocencia atacada por los adultos infieles, -tal y como ocurría en
el Paraíso antes de la expulsión-, no había conciencia de género, no se
distinguían mujeres de hombres. Antes que patológico es indiferente, término
que no gusta nada a los intérpretes, -aspirantes a la ciencia o no-, así como
la afasia que late bajo todo lenguaje. Estos genitales devienen signos, símbolos
del origen y la gracia de quien los porta, comparables ante todo a las medallas
(que por el contrario reconocen una experiencia) de los generales de la Gran
Guerra Glandeco-Angelinniana
denominada por Darger “Batalla – Tormenta” en un definitivo y apocalíptico
último ensayo de reconciliación entre lo natural y lo artificial, sin que
podamos nosotros escindir nada de estos dos ámbitos a ciencia cierta. Se trata
de devolver la historia a su origen, a su negación, por lo que no podría
presentarse de otro modo más que como una nueva y definitiva Gran Guerra: los
genitales masculinos en el cuerpo de unas dulces niñas.
La
obra única se violenta. El momento de individualizar la obra reproducible
rescatada mediante el collage, el calco y la reproducción fotográfica, se torna
belicoso y tormentoso. El deseo de querer reconciliar aquello que no encuentra
lugar, corresponde, -antes que al lenguaje impuesto sobre la humanidad-, a la
necesidad de manifestar un estado de escisión interior. Cualquier intento
mimético sucumbe al sentido unilateral del signo, a pesar de que las técnicas
mecánicas recurridas constituyan ensayos para superar tal imposibilidad. En el
momento en que la voluntad interviene el signo impositivo aparece. Pero antes
hemos aludido a nuestra incapacidad para discernir lo natural de lo artificial.
Y es que en verdad, en el mundo de hoy en día de ferviente individualismo
paradójico ante el gran despliegue tecnológico, es la realidad que llega a
nuestros hogares en forma de imágenes y objetos reproducibles procedentes de
una industria desconocida (ya no una Naturaleza tal y como la entendían desde
los chamanes primitivos hasta los materialistas mecanicistas del siglo XVIII,
entre ellos Sade) la que se presenta inocente y natural. Es de la intervención
volitiva que desea individualizarla, -a ella y a cada uno de sus fragmentos
posibles-, que emana lo artificial interiorizado como un vago, ligero e
incierto ser-en-el-mundo. De ahí que, tras tanto cuidado por mantener los
procedimientos mecánicos de reproducción, a la hora de establecer una unidad
original más allá de la yuxtaposición –como si de una nueva alquimia se
tratase-, la torpe mano del “artista” hace caer el castillo de naipes. De las
copias al original se produce el rapto de las “vivians girls”; la distribución
de la obra de Darger debía ser preservada en su originalidad, el “consumo
privado” al que se refiere Michel Thévoz respecto a su obra. No debía ser
mostrada al público del que procedían los fragmentos que lo componen. Una vez
acontecido este desvelamiento un año antes de su muerte, el pidió que todo
fuese quemado. Todo debía desaparecer. Sin embargo parece que al final
comprendió que ese todo pertenecía a su descubridor, propietario de su
apartamento y por lo tanto de todo lo que él contenía: el Señor Lerner. Y esto
es importante, porque lo que ahora vemos no es la obra de Darger sino de
aquellos que la han descubierto, la han valorado, la han reivindicado y la han
conservado. Si queremos que esta producción retorne a la desconocida naturaleza
humana y con ello a todos nosotros, debemos reconstruir mediante la arqueología
de un Foucault, el estado anterior de esta obra original, tan inmaculada que
residía aún para todos nosotros en estado nouménico. Como muy bien dijo Darger
antes de morir acerca del descubrimiento de sus álbumes: “Ahora ya es demasiado
tarde”. Prosigamos investigando otras tantas manifestaciones paralelas que hoy
residen todavía en aquel estado de pureza engulléndose a sí mismas como las
galaxias de este universo nuestro.
Bibliografía
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