CRT-FIRT Revista de investigación social y cultura proletaria

CRT-FIRT Revista de investigación social y cultura proletaria
Los CRT-FIRT o Cuadernos Revolucionarios del Trabajo (del Folletín Internacional y Revolucionario del Trabajo), han sido concebidos para publicar los resultados de las constantes investigadoras que acompañan toda una vida, en torno al problema que ellos mismos se plantean en los tiempos que nos han tocado vivir: nuestra capacidad productiva. Y cuando decimos “nuestra” nos referimos tanto a cada uno de nosotros como a la sociedad conformada por todos nosotros, convencidos siempre de que es ésta la capacidad más amenazada por la alienación de la población respecto a sus propios productos emanados de sus fábricas, de sus estudios o de sus talleres. Motivados por la estética, su objetivo es avanzar a través del mito, de la dialéctica y de la crítica materialista, hacia la construcción social a partir de lo socialmente dispersado tras dos siglos de civilización industrial frustrada por una gestión obsoleta ya desde que vio la luz. Los CRT es un proyecto colectivo y personal a un mismo tiempo, de análisis de una nueva realidad surgida de la civilización que todavía espera incluso ser asimilada como tal. Es en consecuencia un mito de la modernidad primitiva basado en la producción misma, en el ensamblaje mecánico de información y en la difusión orgánica. Toda civilización no es otra cosa más que una manera de materialización del pensamiento colectivo, -consciente e inconsciente, lo mismo da-, que impera en una época determinada en la humanidad o en una parte de ella.

viernes, 2 de julio de 2021

LA ESTETICA DE LO ARTIFICIAL

 

LA ESTETICA DE LO ARTIFICIAL

 

Conferencia impartida por Manuel Sánchez Oms en el marco de la exposición internacional "VisionarlAs" celebrada en el Centro ETOPIA de Zaragoza

14 de mayo de 2021

La estética de lo artificial






miércoles, 28 de abril de 2021

 


LA PRODUCCION: revista hispano-francesa. Organo de expresion del Tecnorromanticismo / 

LA PRODUCTION : revue hispano-française; organe d'expression de la technoromantique 

 

Revolucionarios del mundo, un esfuerzo más si queréis ser realmente tecnorrománticos

 

Todos los organismos producen transformando la materia. Esta podría constituir la acepción primordial y más primitiva del verbo « producir », así como de su objeto « la producción ». Por lo tanto, y aunque no sea exclusivo de todos ellos, podemos definir la vida como la energía que infunde y se desprende al mismo tiempo, de aquellos organismos dotados de cierta autonomía[1] a la hora de producir. Por el contrario, la producción como concepto aparece en la actualidad generalmente desligada e incluso contraria a la vida[2]. Por eso, con esta publicación que concebimos periódica, nos proponemos, en una nueva reconciliación entre naturaleza e historia (¿o fin de la Historia?), ayudar a devolver a la naturaleza —incluida la humana– este verbo « producir », escindido y apresado en última instancia por el mercado imperante. Esta última institución se nos antoja, a diferencia de las voces tanto criticas como conformistas, como un lastre y un obstáculo para todo tipo de producción, ora mecánica ora orgánica.   

            En una época adicta a los statu quo y a los ultimátums de un nuevo milenarismo ahora sedante, ya sea enardecida o denostada, la producción aparece como algo negativo, ajeno a todos nosotros a pesar de rodearnos y de invadir nuestro propio cuerpo mediante la ingestión y otros medios menos habituales aunque siempre presentes: la inyección, el injerto, la prótesis, el supositorio, la inseminación artificial, etc.. Al fin y al cabo, ¿qué conocemos de nuestro propio interior al margen de las generalizaciones de la anatomía en tanto que disciplina científica? La individualidad interior es eventualmente dominio de los expertos; tan solo después de ellos puede ser nuestro. Y si esto es así es porque nos ha separado de ella —de la producción– el propio modelo productivo vigente basado en la representación (en la separación al fin y al cabo) que define la sociedad actual. Es más, si se basa en la alienación respecto a la realidad, debe mantener su conjunto bien lejos de la participación democrática.

            Por esta razón, por creer que la producción es un concepto completamente ligado a la iniciativa y a la responsabilidad directa, nos hemos dispuesto a organizar nuestras aportaciones en torno a este concepto tan extenso y cuya amplitud se elude constantemente y de manera sospechosa. La democracia representativa no contempla la participación porque no se asienta sobre una realidad material. El elector nunca votará decisiones económicas que vayan a incidir directamente en su vida real, simplemente porque los medios de producción no están en manos públicas y porque la propiedad privada es la base de esta sociedad capitalista desde su toma de poder hace dos siglos ya. Es éste el modelo presentado como la única democracia posible, tal y como el despotismo ilustrado hacía creer que la voluntad de un déspota y su aparato estatal centralizado, era la mejor garantía de los derechos y de la calidad de vida de sus súbditos; o antes cuando se pensaba que el buen entendimiento entre dinastías reales garantizaría la paz entre los pueblos, o la espera monoteísta de una vida más allá o un único estado sin fronteras tal y como fue concebido el Imperio Romano desde Augusto hasta Constantino. Cada época se concibe a sí misma (por sus instituciones) como el resultado más perfecto y acabado de la Historia. La « naturaleza » humana no da para más.

            Todavía nos queda sin embargo la saliva, la regla, le cerumen, las mucosidades, la orina, las heces, el esperma o los flujos genitales, como evidencia de la existencia de un interior individual en cada uno de nosotros, aunque resida oculto a nuestra percepción en un estado anterior a toda fenomenología, es decir, en estado nouménico. Al fin y al cabo todo ello son producciones de nuestro cuerpo, las más inmediatas y que, a pesar de la evolución de los medios mecánicos y tecnológicos de producción, pertenecen plenamente a la continuidad inasible del tiempo. En este sentido, ¿existe mejor fotografía de nuestro interior que un escupitajo? Ajenos a nuestro interior a pesar de acompañarnos incesantemente, de condicionarnos y de pertenecernos, al haber reconstruido el mundo que nos rodea en un estadio de evolución en el que ya resulta vacuo distinguir lo natural de lo artificial, los productos del supermercado de los que desconocemos su procedencia y las manos responsables de su producción —más automáticas que conscientes–, se nos presentan tan extraños como ese interior nuestro, ese amasijo de vísceras y huesos por el que en principio tan sólo sentimos un vértigo insoportable. Sí, los centros comerciales son tan extraños como la naturaleza para el hombre primitivo, armado tan solo de una lógica chamánica binaria (cielo fecundante - tierra madre) y de una sabiduría de alimentación empírica. Nosotros contamos por el contrario con la dialéctica (trinitaria: tesis - antítesis - síntesis). Es así que todavía podemos apropiarnos de la máxima futurista de Umberto Boccioni: « somos los primitivos de una nueva era ».   

            Las diferentes disciplinas comprometidas con esta problemática, en tanto que manifestaciones culturales de esta época definida por la propiedad privada y el libre mercado como modelo último, difícilmente llegan hoy a distinguir la producción del sistema productivo vigente. La diferencia radical pero siempre latente, entre producción y mercancía, nos anima a investigar las posibilidades que los medios productivos encierran, fundamentalmente tecnológicos, aunque también orgánicos como son los asalariados, el ganado o las plantas en la industria agraria. La opinión general tiende por el contrario a achacar a estos medios todos sus males como es propio de la doble moral burguesa imperante, con tal de evitar enfrentarse al verdadero poder reificador de la realidad: la mercancía.

            Es un cerco profesional el que vela por esta confusión que impide la toma de conciencia de las posibilidades de la civilización actual con todo su potencial científico y tecnológico. Entre todas las disciplinas que mantienen este cerco, la economía es la mayor responsable de esta parálisis contemporánea. Ella es la disciplina más agresiva a la hora de defender su legitimidad y su autonomía en calidad de ciencia « objetiva », especialmente frente a las disciplinas sociales y humanísticas en general. Ella, la Economía, constituye el impulso idealista mas destructor. Demuele y reduce a carne picada la realidad al someterla a la abstracción de las matemáticas y al hacerla pasar por sus entresijos numéricos. Hoy se llenan las bocas de formadores en las diferentes profesiones con términos como « interdisciplinariedad » o —más ambicioso aún– « trans-disciplinariedad », mientras que los que ostentan en sus manos las riendas del destino de esta nuestra civilización, se aferran cada vez más a sus conocimientos profesionales, recortados, aislados, descontextualizados y por lo tanto —tal y como diría Lukács– abstractos. Por nuestra parte e inspirados en cierta manera por el Primer programa de un sistema del idealismo alemán del joven Hegel (firmado además por Schelling y Hölderlin a finales del siglo XVIII) a pesar de las distancias (tan significativas como la que separa la abstracción de las ideas de la materia), consideramos la necesidad de comenzar de nuevo y abordar con nuestros impulsos torpes, taxonómicos y racionales, una realidad —la nuestra– que vuelve a presentarse desconocida, poética y determinada tan solo por su desnuda presencia: es lo que entendemos por « tecnorromanticismo », o la « ciencia » que nos disponemos a investigar y desarrollar conjuntamente en las páginas de esta publicación que aspira a ser periódica. Para ello invitamos a participar a personas de diferentes ámbitos profesionales y con experiencias dispares pero que comparten un mismo contexto, el cual constituye nuestro mundo moderno tantas veces eludido en las manifestaciones culturales de hoy en día, y sustituido con insistencia por anacronismos, novelas, historias ajenas y ridículos currículos vitae de éxitos y fracasos.           

            La consecuencia más terrible de este eclipse de nuestra propia realidad por la representación, comenzando por el ocultamiento de la feminidad en los comienzos de la Historia, es la condena de la propia producción al ostracismo y la degradación, a pesar de ser, en su sentido más amplio, la fuente primera de la vida tal y como comenzábamos esta presentación. Y fue sustituida por el concepto ideal de creación, sobre todo después del auge de los monoteísmos que basaron la « fundación » del mundo ya no en un agente que da forma a la materia informe como el demiurgo clásico, sino por el creador a partir de la nada, el gran mito que a través de la alquimia hoy pervive en el empresario «hecho a sí mismo» (Max Weber). La producción es por el contrario colectiva, y necesita ser organizada en un proyecto realmente transdisciplinar que sea capaz de disfrutar lúdicamente en el laberinto poético que define nuestro entorno. Por esta razón ha sido degradada. Aun así, la producción no ha sido olvidada por el sueño idealista de la creación, sino por la reproducción, desde que apareció el padre y con él la familia como la unidad social más pequeña en detrimento de la libertad femenina, con el fin de perpetuarse a través de la herencia de una propiedad privada que acababa de emerger tumefactamente entre las sociedades comunistas prehistóricas gracias a los primeros poderes representativos (y por tanto « separados » del colectivo), ansiosos de vivir de los excedentes del trabajo ajeno y almacenados en principio para asegurar la manutención de las generaciones venideras. Es la reproducción, y no la producción, la que asegura en verdad la permanencia de un sistema de explotación que, como todos, aspira a la eternidad.  

 

 

La edición



[1] Nos referimos a una autonomía respecto a la gravedad y otras fuerzas exteriores que le son ajenas, las cuales las hemos englobado tradicionalmente bajo el concepto de « inercia ».

[2] Por poner solo un ejemplo, Siegfried Giedion se refiere a ella en La mecanización al poder en estos términos: « Una cosa es cierta: la mecanización se detiene claramente frente a los organismos vivos. Hay que cambiar radicalmente de actitud si queremos dominar la naturaleza sin degradarla. La mayor prudencia se hace necesaria; para ello el hombre debe dejar de comportarse como el adorador apasionado y servil de la diosa Producción ». 

 


Révolutionnaires du monde entier, encore un effort si vous voulez devenir vraiment technoromantiques

 

Tous les organismes produisent en transformant la matière. Cela pourrait bien constituer l'acception primordiale et la plus primitive du verbe « produire », ainsi que son objet « la production ». Bien que cela ne soit point exclusif d'elle, nous pourrons définir par conséquence la vie comme l'énergie qui encourage et qui se dégage en même temps, de ces organismes dotés d'une certaine autonomie à l'heure de produire[1]. Cependant, la production, en tant que concept, apparait aujourd'hui détachée de la vie en général, même contraire à elle[2]. Pour cette raison, nous nous proposons avec cette publication qu'on imagine périodique, et dans le cadre d'une nouvelle réconciliation entre nature et histoire (ou la fin de l'Histoire ?), de participer de la restitution à la nature —la nature humaine comprise– de ce verbe « produire », séparé et pris en otage au bout du compte par le marché dominant. Cette dernière institution se nous présente, malgré autant de voix si critiques que conformistes, comme un fardeau et un obstacle pour toute sorte de production, qu'elle soit mécanique ou organique.      

            Dans une époque comme celle-ci, adepte aux statu quo et les ultimatums d'un nouveau millénarisme maintenant sédatif, la production —soit enhardie soit injuriée– apparait comme quelque chose de négatif, d'étrange à tous nous même si elle nous entoure et si elle envahisse nos corps à travers l'ingestions et quelques autres moyens moins habituels mais toujours présents : l'injection, la greffe, la prothèse, le suppositoire, l'insémination artificiel, etcétéra. En fin de compte, qu'est-ce que nous connaissons de nos intérieurs en marge des généralisations de l'anatomie en tant que discipline scientifique ? L'individualité intérieure ne se présente presque toujours qu'en tant que domaine des experts. Elle ne nous est propre qu'après leur passage, parce que le modèle de production qui définie la société actuelle nous a séparé de la production. Plus encore : si ce modèle de production en vigueur se base sur l'aliénation face à la réalité, il doit le maintenir à l'écart de la participation démocratique. 

            Nous avons l'intention, pour tout cela, d'organiser nos apports autour de ce concept si large et dont l'amplitude on élude constamment et d'une manière suspecte. La démocratie représentative n'envisage jamais la participation parce qu'elle n'est pas vraiment basée sur une réalité matérielle. L'électeur ne votera jamais des décisions économiques conçues pour avoir une incidence réelle dans la vie, justement parce que les moyens de production n'appartient point à l'ensemble de la société. La propriété privée est le premier principe de la société capitaliste depuis son imposition définitive il y a déjà deux siècle. Voilà le modèle présenté aujourd'hui comme la seule démocratie possible. Le despotisme illustré du XVIIIème siècle nous faisait croire de la même manière que la volonté d'un despote et de son appareil bureaucratique de l'Etat centralisé, était la meilleur garantie des droits et de la qualité de vie de ses sujets ; comme quand on croyait que les bons arrangements entre les dynasties royales garantiraient la paix parmi les peuples ; ou comme  l'espoir monothéiste d'une vie au-delà, ou d'un seul Etat sans frontières tel que conçu par l'Empire Romain depuis Auguste jusqu'à Constantin. Chaque époque se présente elle-même comme le résultat le plus parfait et le plus achevé de l'Histoire. La « nature » humaine semble n'être capable de rien plus faire.                     

            Néanmoins, il nous reste encore la salive, la bave, la règle, le cérumen, la morve, les crottes de nez, l'urine, la merde, le sperme ou les exécrations génitales en générale, en tant que preuves et évidences de l'existence d'un intérieur individuel chez chacun de nous, même si celui-ci demeure occulte face à notre perception dans un état antérieur à toute phénoménologie, à savoir dans un état nouménal. Tous eux sont, après tout, des produits de nos corps, les plus immédiats et qui, malgré l'évolution des moyens mécaniques et technologiques de production, appartiennent pleinement à la continuité insaisissable du temps. Dans ce sens-là, est-ce qu'il existe une meilleure photographie de notre intérieur qu'un  crachat ? Toujours étranges à notre intérieur bien qu'il nous accompagne incessamment, bien qu'il nous conditionne et qu'il nous appartient, une fois reconstruit un monde qui nous entoure selon la nature mécanique de notre pensée, dans un état évolutif dans lequel il résulte déjà insignifiant tout essai de distinguer le naturel de l'artifice, les produits du supermarché dont l'origine et responsabilité sur leur production —automatique plutôt que consciente– nous ignorons, se nous présentent si mystérieux que notre intérieur viscéral et osseux pour lequel nous ne sentons en principe qu'un vertige insupportable. Certes, les centres commerciaux nous résultent aussi étranges que la nature pour l'homme primitif n'armé que d'une certaine logique chamanique binaire (le ciel fécondant - la terre maternelle) et d'un savoir qui se nourrit de manière empirique. Nous comptons par contre sur la dialectique (trinitaire : thèse - antithèse - synthèse). Ainsi, de cette façon, nous pouvons reprend encore la maxime du futuriste Umberto Boccioni : « nous sommes les primitifs d'une nouvelle ère ».  

            Les plusieurs disciplines engagées dans cette question, chacune selon sa propre manière d'agir, en tant que manifestations de cette époque définie par la propriété privée et le marché libre comme modèles uniques, n'arrivent aujourd'hui qu'à distinguer avec difficulté la production du système productif en vigueur. La différence radicale mais toujours latente, entre production et marchandise, nous encourage à aborder des recherches pertinentes sur les possibilités que les moyens productifs comportent, fondamentalement technologiques, mais aussi organiques comme les salariés, l'élevage ou les plantes pour l'industrie agricole. L'avis général a tendance par contre à culpabiliser ces moyens de tous les maux selon la double moral bourgeoise dominante, afin d'éviter d'affronter la véritable force réificatrice de la  réalité : la marchandise.

            Il existe une clôture professionnelle qui veille sur cette confusion, empêchant la prise de conscience des possibilités de la civilisation actuelle et tout son potentiel scientifique et technologique. L'économie est, parmi les disciplines qui maintiennent ce siège, la plus responsable de cette paralyse contemporaine. Elle résulte la plus agressive au moment de défendre sa légitimité et son autonomie en qualité de science « objective », spécialement face aux disciplines sociales et humanistes. Elle, l'économie, constitue l'élan idéaliste le plus destructeur. Elle démolit et broie la réalité jusqu'à l'état de la viande hachée, en la soumettant à l'abstraction des mathématiques et en la faisant passer par ses coulisses numériques. Aujourd'hui, les bouches de formateurs de métiers les plus variés, sont remplies de mots et d'expressions tels que « pluridisciplinarité » ou, —plus ambitieuse encore–,                             « transdisciplinarité », tandis que ceux qui détiennent les rênes du destin de notre civilisation, ils se refugient de plus en plus derrière leurs connaissances professionnelles, découpées, isolées, décontextualisées et ainsi, —selon les termes propres de Lukács–, abstraites. Inspirés d'une certaine manière par le Premier programme d'un système de l'idéalisme allemand du jeune Hegel (signé par ailleurs par Schelling et Hölderlin à la fin du XVIIIème siècle) malgré les distances qui nous séparent de lui (si significatives que celles qui séparent les idées de la matière), nous considérons de notre part la nécessité de recommencer à aborder à partir de nos élans maladroits, taxonomiques et rationnels, une réalité —la notre– qui se présente de nouveau inconnue, poétique et déterminée seulement par sa présence nue. Voilà ce qui nous comprenons par « technoromantisme » ou « science » qui nous sommes prêts à rechercher et à développer conjointement dans les pages de cette publication qui aspire à devenir périodique. Sous ce but nous invitons à participer et à collaborer, des personnalités procédant de plusieurs domaines professionnels et porteuses d'expériences hétéroclites, mais partageant cependant un même contexte, lequel constitue pour l'instant notre « monde moderne », éludé autant de fois par les manifestations culturelles et puis remplacé avec insistance par des anachronismes, romans, histoires de nos prochains et curriculums vitae de succès et échecs ridicules.

            La conséquence la plus terrible de cet éclipse de notre propre réalité par la représentation, dont le processus démarra avec le voilement de la féminité dans les débuts de l'Histoire, c'est la condamnation de la production à l'ostracisme et la dégradation, même si elle est, dans le sens le plus large possible, la source première de la vie comme nous signalions au début de cette présentation. Et elle fut remplacée par le concept idéal de création, surtout depuis l'apogée des monothéismes qui ont basé la « fondation » du monde, plus jamais sur un agent qui donne forme à la matière informe comme le démiurge classique, mais sur le créateur à partir du néant (Dieu), le grand mythe qui, à travers l'alchimie, persiste aujourd'hui dans la figure de l'entrepreneur « fait soi-même ». La production est cependant collective, elle a besoin d'être organisée comme un projet réellement transdisciplinaire qui soit capable de jouir de manière ludique du labyrinthe de la poésie. C'est justement pour cette raison qu'elle est dégradée. Néanmoins, elle ne s'est pas faite oublier par le rêve idéaliste de la création, mais par la reproduction. Et ceci dès que le père apparut et, avec lui, l'institution familiale comme l'unité sociale la plus petite au détriment de la liberté féminine, afin de se perpétuer à travers l'héritage d'une propriété privée qui venait d'émerger dans les sociétés communistes préhistoriques grâce aux premiers pouvoirs représentatifs (et « séparés » du collectif en conséquence), impatients de vivre grâce aux excédents du travail de l'autrui, collectés en principe pour assurer la maintenance des génération qui venaient. C'est la reproduction, et jamais la production, qui assure en vrai la permanence d'un système d'exploitation qui, comme tous, aspire à l'éternité.         

 

L'éditeur                   

                                        



[1] Nous nous referons à une autonomie face à la force de gravité, ainsi qu'à d'autres forces extérieures qui sont étranges a ces organismes, et lesquelles nous avons englobées dans le concept d'« inertie ».

[2] Par exemple, Siegfried Giedion se réfère à elle sous ces termes dans son livre La mécanisation au pouvoir :      « Une chose est certaine : la mécanisation s'arrête net devant les organismes vivants. Il faut changer radicalement d'attitude si l'on veut dominer la nature sans la dégrader. La plus grande prudence s'impose ; pour cela, il faut que l'homme cesse de se comporter comme l'adorateur passionné et servile de la déesse Production ».