El ARTE COMO INSTRUMENTO DE RECUPERACIÓN HISTÓRICA
SEGUNDA PARTE: EUROPUNK 1976-1980
Je suis un papillon de nuitQui pour ne pas mourir d’ennuiVient se bruler les ailes aux flammesDes lumières de la ville infâme
Bulldozer, 1978
Entre el 15 de octubre y el 19 de
enero hemos asistido en la Cité de la Musique de París a la primera exposición internacional
del punk, si exceptuamos las consagradas a la moda y a la influencia de este
movimiento en el diseño gráfico. Como no se trata de artes plásticas
directamente ni de diseño gráfico en particular, el comisariado y el centro han
debido inclinarse por las nuevas modalidades museísticas para su reconsideración,
y adoptar de este modo el modelo de los « centros de interpretación »
cada vez más presentes, sobre todo en las pequeñas localidades. Éstos intentan
acercar al visitante a la vivencia del fenómeno, ya se trate de una experiencia
artística, cultural, étnica, histórica, científica o incluso enológica, con el
fin de estimular el conocimiento de la cultura popular y estimular así el
turismo interior. Por ello adoptan un doble filo, dado que si por un lado abren
el concepto de museo a la sociedad sustituyendo de forma paulatina las
colecciones artísticas, históricas y únicas por medios interactivos y
didácticos, por otro concentran la infinitud de la vivencia en un nuevo
concepto de museo en el contexto de una sociedad escindida por la producción
seriada y el consumo.
Tal y como vimos en nuestro artículo
“Anarquísmo y heroína” al comentar la recuperación histórica y cultural del
anarquismo a los cien años de la fundación de la Confederación Nacional del
Trabajo en el Palacio de Sástago de Zaragoza, y compararla con la minuciosidad
documental de la exposición itinerante “Quinquis de los 80” acontecida también
en 2010, esta última vertiente vence con el fin no de mostrar una realidad de
la sociedad, sino la reificación de ciertos fenómenos una vez transcurrido el
tiempo prudente como para revestir la muestra de la seca “objetividad” oficial
de las instituciones más asentadas. Sin embargo, la exposición “Europunk. Une
révolution artistique 1976-1980” no oculta las ambiciones ni servilismos de la
historiografía como ocurrió con los temas aún tan escabrosos como son el
anarquismo y la Revolución Española del Treinta y Seis. Aun así, sí da un
cierre sin vuelta atrás –no sabemos si volitivamente o no- a ciertas actitudes
espontáneas y libres que según historiadores como Johan Huizinga o Greil Marcus
-cada uno en su particular terreno-, siempre han residido en todas las sociedades
a lo largo de los siglos de una forma más o menos latente. En ciertas ocasiones
eclosionan afectando a diversos campos sociales como revoluciones y revueltas
intensas (el anabaptismo bajomedieval), la cultura y el arte (desde la
revolución de Amarna en el Antiguo Egipto), la religión, la filosofía e incluso
la ciencia, si bien es cierto que cuando esto ha ocurrido resulta bien difícil
escindir los distintos campos afectados para toda comprensión que ambicione ser
lo suficientemente amplia y profunda, más también resulta evidente que los
museos y centros culturales institucionales recurran a la descontextualización
antes del definitivo cierre de las vitrinas, dado que éste ha constituido su
“modo operandi” desde los inicios de la museística.
En este sentido, el comisariado no
ha sido ingenuo y no se ha limitado a exponer un movimiento musical basado en
la espontaneidad y en el minimalismo de sus estructuras. No ha dudado en ampliar
estos caracteres evidentes al diseño gráfico de las carátulas de discos,
carteles de conciertos, flayers, y
nuevos medios de expresión que con el punk se han extendido y se han
generalizado hasta la actualidad digital, como por ejemplo el “fanzine”, hasta
el punto de que este nombre ha resultado ser inapropiado por su rabiosa
independencia juvenil (al menos desde el “punkzine” “Sniffing Glue” de Mark
Perry, líder de Alternative TV) y por adoptar los mismos modelos
propagandísticos de la izquierda revolucionaria que ya antes sirvieron a las
publicaciones de vanguardia desde el futurismo italiano: el panfleto y el
“track”. En ellos no sólo contamos con nuevas firmas de diseñadores que ya
forman parte de la Historia del Arte como Jamie Reid (creador de las carátulas
de los Sex Pistols), Barney Bubbles (portadas para los Damned o Ian Dury),
Malcolm Garrett y Linda Sterling (para los Buzzcocks), la estética de guerrilla
y comando del grupo francés gráfico Bazooka (1974-1979) conformado por Loulou
Picasso, Electric Clito, Lulu Larsen, Bananar, Kiki Picasso y Jean Rouzaud, o
la estética Crass de Gee Vaucher, a los que hay que añadir –aunque no presentes
en la exposición por superar sus marcos geográficos-, los carteles del
americano Frank Edie, los diseños de Raymond Pettibon para los grupos de la SST
Records, y los collages que Winston Smith realizó para los Dead Kennedys y la
discográfica Alternative Tentacles.
En otras ocasiones eran los propios miembros del grupo los que realizaban
sus diseños y configuraban su estética, como es el caso del bajista de los
Weidors, Cliff Roman, así como algunas de las camisas y camisetas (si
exceptuamos las diseñadas por Vivienne Westwood) que llevaban en los
conciertos, decoradas con recortes, patchworks
y aerosoles, con el fin de hacer apología de la provocación de consignas ideológicas
desestructuradas por la constante opción consumista, y cansada de las historias
mil veces contadas: nacidos en una época que no transcurre, absolutamente
paralizada tras la Batalla de Berlín, todas las barbaries del sueño americano y
de la sociedad del bienestar quedaban ocultas tras la condena unánime de las
masacres nazis. Nadie parecía cuestionarse que hay de aquello en cada uno de
nosotros y en las entrañas mismas del actual modelo económico y social. Se
trataba de sacar a la luz las contrariedades de una civilización sustentada en
la doble moral, y los medios para lograrlo eran precisamente la espontaneidad y
la reducción de los medios, perfectos para una serie de jóvenes deseosos por
comenzar a hacer ellos mismos su historia y su cultura, y no los gurús que los
medias ofrecían y ofrecen aún hoy sin descanso en detrimento de las capacidades
del individuo común capaz de organizarse y asociarse para conformar bandas
fugaces. No era la música lo que estaba en juego, sino mucho más, lo cual
quizás comenzó a manifestarse antes en el mundo del espectáculo que en los
conciertos musicales, como fue el caso de la COUM Transmissions de Cosey Fani y
Genesis P. Orridge (Prostitution,
Institute of Contemporary Arts, 1976), origen de Throbbing Gristle, así como el
de Diego Cortez en Nueva York. El mismo John Lydon (Johnny Rottern) siempre ha
preferido calificar a los Sex Pistols como una compañía de variedades antes que
como una simple banda musical.
En contra de la visión que el
sectarismo y el guetismo de los ochenta ofreció, el movimiento punk estaba
destinado a desatar las fuerzas de todos los jóvenes, no para destacar entre
los demás y llamar la atención meramente como individuos reafirmados en sus
rarezas, sino todo lo contrario. La cuestión era demostrar que cualquiera podía
hacerlo, que todos podían crear su propia cultura aunque fuese a fuerza de
escupitajos, y no sólo por la banalidad de los contenidos de la música
comercial que inundó las radios reificando las aportaciones del rock urbano
hippie de los sesenta, sino también por todo aquello en lo que aquellas bandas,
empeñadas en hablar de amor y otras insulsas apetencias adolescentes concebidas
en realidad por viejos verdes, habían degenerado: en grandes orquestas con
repertorios insufriblemente largos y llenos de arabescos y demás piruletas de
salón, en los que, a no ser que sintiéramos una gran pasión por la técnica
musical –para lo cual preferiríamos sin duda el jazz directamente-, no podíamos
sentirnos reconocidos.
No fue el punk directamente el que
se reveló contra este nuevo auge de músicos-estrellas geniales, virtuosos y
peludos llenos de impulsos románticos y marginales. Al fin y al cabo, “punk”
fue un término vago acuñado por la prensa en los Estados Unidos sobre una serie
de bandas a mediados de la década de 1970 (MC5, New York Dolls, Ramones, Tubes,
Blondie, Suicide, etc.), y asumido en 1976 a partir del neoyorkino zine “Punk”
del escritor Legs McNeils, del diseñador John Holmstrom y de Ged Dun. Iggy Pop
junto con los Stooges ya habían reducido el rock a formas simples y a un
espectáculo directo de letras breves y contundentes, aunque todavía atacadas
por la banalidad pop norteamericana que lo hace tremendamente artístico, y por
largos repertorios de improvisaciones caóticas. En Europa Kraftwerk también
optó por un estilo frío de estructuras mínimas y la sustitución de los aparatos
eléctricos y folklóricos por la incipiente extensión de la electrónica (lo
mismo que Devo y Von Lmo en U.S.A.), con una clara apología de la tecnocracia y
la uniformación social en alas de un nuevo romanticismo técnico, para el que no
dudaron en sacrificar el espíritu experimental de sus proyectos kraut-rockers
anteriores como Neu!, así como ocurrió con The Future en su escisión entre
Human League y Rezillos (Jo Callis) pocos años después. Se trataba en estos
casos de salir del agujero de la intromisión para alcanzar un público mayor y,
con ello, un nuevo entendimiento entre la simplificación de las máquinas y la
sociedad como único medio de presentarse frente a la alienación cara a cara y
superarla en el reconocimiento destructivo necesario antes de cualquier acción
constructiva (en ocasiones creaban sus propios instrumentos electrónicos con
piezas recicladas)
En California y con un espíritu más cínico, los transdisciplinares Residents,
antes incluso que la L.A.F.M.S. (Los Angeles Free Music Society), ya habían ridiculizado
el fetichismo de los gurús del rock and roll con álbumes como Meet the Residents (1972, parodia de los
Beatles), The Third Reich’n’roll (1974)
y, más tarde, con The King and Eye
(1989). Su respuesta y alternativa fue el anonimato: todos sus componentes
optaron por ocultar su rostro con un homogeneizador ojo, por lo que a excepción
del desaparecido Snakefinger y del críptico alemán N. Senada, no se conoce a
ningún miembro de este grupo aún hoy en activo, con lo que han logrado crear
una auténtica “sociedad anónima” de la creación que unifica la imagen y el
sonido en una sórdida y profunda estética que nunca acaba de martirizar y
torturar al sueño americano. Rechazados por Warner Bros y por Frank Zappa
(quien pensó en colaborar con ellos en 1972 aunque pronto desistió al descubrir
lo que hacían), debieron crear su propio sello discográfico si de verdad querían
sacar a la luz sus producciones: la Ralph. Este espíritu entre el anonimato y
la autoproducción fue el precedente más puro y extendido del “do-it-yourself”,
el mismo que animó luego todo el movimiento punk posterior y que en verdad
recoge y unifica todas sus manifestaciones: espectáculos, punkzines,
conciertos, diseños, pegatinas, películas, collages, comics, etc., además de
surgir nuevos sellos independientes decididos a producir lo que a ellos les
interesaba frente a los gustos que la radio y la televisión deseaban extender.
Para ello se valieron de los medios de reproducción más baratos como la casette
(empleada por los Residents en sus inicios entre 1966-1971) y la fotocopiadora,
recién extendidos en el mercado y de los que, en tanto que registros comerciales,
podemos afirmar en la actualidad que han ofrecido la base técnica y el soporte
físico a esta eclosión cultural que ha sido capaz de disparar la nómina de
grupos, lo que ha traído como consecuencia, además de la apertura de la
creación musical a los ámbitos obreros, los primeros grupos absolutamente
femeninos con aportes realmente novedosos: Slits, Delta 5, Kleneex & Liliput,
etc.. Walter Benjamin una vez más estaba en lo cierto en sus predicciones (más
que reflexiones filosóficas), y el propio comisario de la exposición “Europunk
1976-1980”, Éric de Chassey, afirma preferir en este sentido exponer fotocopias
a originales con el fin de rescatar las manifestaciones culturales que
verdaderamente han marcado las últimas décadas del siglo. Incluso no duda en
considerar el movimiento punk como una vanguardia histórica que, a diferencia
de las anteriores en su opinión, se ha despreocupado por una redefinición del
arte. No distan mucho los imperdibles, pelos de colores y remaches de
tapicerías, de las caras pintadas, las cucharas en las solapas de los abrigos y
los cuadrados negros de las mangas de las camisas de los futuristas rusos, las
figuras recortadas en el cabello de Duchamp, o la cicatriz en el cráneo rapado
del joven surrealista Michel Leiris, por ejemplo.
Quizás constituya este “hazlo-tu-mismo” - “anti-copy rights” el mejor
legado del punk frente a su sectarismo y normalización como una tribu urbana
durante la década de los ochenta, en lo que los medias tuvieron bastante que
ver, al tiempo que anunciaban su muerte de manera contradictoria ya hacia 1979
y 1980. Esta herencia reducida desgraciadamente en la exposición a un taller
donde los visitantes pueden tocar y cantar con “expertos punkrockers”, ha sido
muy profunda y significativa para toda una generación de bandas que también la
prensa ha denominado malamente “postpunk”, concepto que, por su incapacidad
para clasificar todos estos fenómenos tan variados pero tan coincidentes en sus
actitudes, incluye a bandas tan antiguas como Devo, originada en Ohio antes que
los Ramones o los Sex Pistols. Este legado inclinado por la autoproducción como
garantía de la democratización real de los medios productivos (la fotocopia y
la casete) y la experimentación, la encontramos en el espíritu Vortex holandés,
en la Crass records, en la Zick Zack Records de Hamburgo, en las italianas ADN
Tapes, la francesa Cryogénisation Report, etc., muchos de ellos entregados a la
aplicación de la electrónica sobre las bases minimalistas del punk rock y los
bajos melódicos procedentes del dub afro como Poliphonic Size o No More, por
proponer tan sólo algunos ejemplos europeos.
Fotocopias, guitarras eléctricas y samplers abren la creación musical a
todo el mundo, incluso a la juventud cuyas voces no encuentran más salida que
la deformación, la descontextualización y la recuperación, y eso tan sólo
ocasionalmente. Estos impulsos parecen más convincentes que los simples argumentos
psicológicos y sociológicos con los que los “entendidos de facultad” ya
anunciaban en los setenta, una pronta absorción del movimiento punk por parte del
sistema. Quizás haya sido así, aunque los medios siguen vigentes y se han
ampliado. Esperemos que la eclosión digital y la popularización de Internet
sean capaces de generar una revolución cultural en manos de las mentes más
inquietas. Éstas deberán pertenecer a nuevas generaciones, dado que la senectud
(tenga la edad que tenga) siempre se aferra al original y repudia la copia
porque necesita del recuerdo para escapar de su existencia. Al fin y al cabo, y
retomando la amplia dimensión con la que comenzábamos este artículo, siempre ha
residido en los posos más profundos de la sociedad estratos de rebelión capaz
de ridiculizarse a sí mismos con tal de transformar y construir la realidad en
la que se desenvuelven. Tan sólo esperan a ser removidos por alguna
circunstancia, ya sea la fotocopia, el sonido analógico, la crisis petrolífera
de 1973 o todos estos factores y demás juntos y sincronizados. Cuando esto
ocurre de vez en cuando quedan registrados como rastros de carmín, tal y como los
ha definido el libro del crítico musical Greil Marcus.
A propósito de esta obra cumbre de la década de 1990, no creo que hayan
sido bien entendidos los objetivos de este libro por las inmensas críticas
recibidas desde diversos ángulos. Su autor en verdad ha intentado establecer
una fina cadena desde algunas herejías cristianas medievales como la Hermandad
del Espíritu Libre, hasta el movimiento punk, pasando antes por el anabaptismo,
el dadaísmo y el situacionismo. No se trata de establecer simples y justas equivalencias,
sino de manifestar ese impulso al que nos referimos y que de vez en cuanto
rebrota con ciertas similitudes aunque nunca con el mismo rostro ni en las
mismas circunstancias. Este libro ha sido capaz de devolvernos el orgullo
suficiente para nuestras provocaciones, -mismo si resultan pretenciosas-, y
ayuda a prepararnos para el siguiente asalto, algo muy diferente a lo logrado,
pese a sus buenas intenciones historiográficas, por la exposición actual de la
Cité de la Musique con sus talleres, sus clasificaciones y los límites que su
ciencia impone al transcurso, y que encierran la posibilidad en los anales para
transformarla en modelo inalcanzable, en un nuevo Camus por el que los
estudiantes franceses de letras ya no obtienen nunca un sobresaliente en sus
calificaciones. La sociedad del éxito y la frustración prosigue. Por ello leamos
sus alternativas como es debido y dejemos de llorar.
Manuel S. Oms, AacaDigital nº25, diciembre 2013